20 de enero de 2010

DELCY MORELOS / Monumento al olvido




Análisis de la obra “Color que soy”
Presentada en la Sala 1 del Museo de la Universidad Nacional (Bogotá - 2002), 116 módulos (ataúdes) de diversos colores de piel
sobre 58 papeles. Cada papel contiene una pareja de ataúdes.
Este artículo ha sido logrado gracias a la colaboración la artista Delcy Morelos y de María Iovino, Curadora y Presentadora de esta exposición.

“Desde los 8 años de edad, Delcy Morelos distraía sus funciones como ayudante de sus padres en una tienda de alimentos y textiles, para relacionarse con botellas a las que había empoderado como muñecas, o con los cortes de madera a los que confería la fuerza de la naturaleza. Esa abstracción dotó a esos cuerpos de personalidad y a un mismo tiempo los conectó como actores de un devenir complejo, que desde esos años comenzó a cargarse de las connotaciones de temor venidas de las confrontaciones armadas, que desde la selva invadieron en pocos pasos la vida de Tierra Alta (municipio de origen de la artista).” (Aparte del texto escrito por María Iovino, Curadora y Presentadora de la Exposición “Color que soy” de Delcy Morelos).

En 1996 hubo una exposición creada a través de un intercambio artístico entre Colombia y México, titulada “Por mi raza hablará el espíritu”. En esta exposición participó, entre otros artistas colombianos y mexicanos, la artista colombiana Delcy Morelos con una obra de gran formato que estallaba en color rojo la superficie sobre la cual estaba hecha. En aquel entonces ella contaba con 29 o 30 años. Hoy en día, 6 años después, su reflexión continúa por la misma senda profundizando cada vez más en la memoria, en la cicatriz, en la piel, en la intolerancia..... en la violencia. Rescato esta exposición, porque desde entonces he seguido su obra y he visto cómo Delcy se vale de un objeto específico para centrar en él la atmósfera violenta de todo un país como el nuestro: un tazón, un par de zapatos, un río, una silla.......hoy día: un ataúd. Delcy Morelos no necesita más que estos elementos y su propia experiencia, para seguir en su reflexión y en su búsqueda por encontrar una razón a esta HISTORIA
[1].

Veamos en qué consiste su obra:

Son 58 soportes de papel de 3 metros de base por 1.48 metros de altura en el que está pintado en diversas capas de color acrílico dos ataúdes muy geométricos en perspectiva lineal y caballera. Algunas de las capas líquidas y viscosas de la pintura acrílica alcanza a desbordar la geometrización oxidando de manera especial el soporte y haciéndolo partícipe de una necesidad sanguínea de traspasar sus propias fronteras. En suma podemos completar 116 ataúdes prácticamente mimetizados en las paredes blancas del Museo.

Esta obra que abarca toda la Sala 1 del Museo de Arte de la Universidad Nacional no deja de sorprendernos por su majestuosidad y por el tamaño mismo que debe implicar un recorrido para que el Museo como tal cobre un aura especial.... un aura distinto a aquel que se le puede conferir a un Museo en general: es decir algo diferente al de ser un receptáculo de obras. En este caso, el Museo deja de serlo para convertirse en un espacio recreado, un espacio transformado por la artista Delcy Morelos. Esto no ha sido gratuito: Ella misma nos dice que su obra ha sido concebida para ese espacio. Es decir que se trata específicamente de una obra que ha tenido en cuenta las medidas del sitio, el lugar donde se encuentra el Museo (la Universidad Nacional) y las características arquitectónicas de la sala, para proceder a elaborar esta obra. Ha sido también en este sentido un gran acierto el manejo del espacio que le ha dado Delcy Morelos; es esta una obra In Situ de grandes proporciones y con una agudeza en varios aspectos de los cuales me gustaría destacar lo siguiente:

En primer lugar y por lo anteriormente mencionado, podría atreverme a mirar el espacio como un Monumento, desde el punto de vista de Barthes
[2] en el que el Monumento juega un papel importante como transgresor del tiempo. Un Monumento visto desde adentro, desde la soledad interior, desde la ausencia del tiempo, desde el eco producido no solamente por el vacío y la repetición sino por el vértigo de la muerte. Allí adentro permaneceremos absortos en una mirada que se nos devuelve como un espejo por el cotidiano al cual hemos estado confrontados. Este Monumento, como en todos los casos, es absolutamente anacrónico, nos revela un tiempo presente, pasado y futuro sobre lo que allí se está percibiendo y sobre su razón de ser: la lucha de la vida contra la muerte, de la memoria frente al olvido. Acaso, esto no es alimentado igualmente por el hecho mismo de que esté situado en la Universidad Nacional? Un lugar termómetro donde confluyen los conflictos de toda índole en el país. Allí mismo se evidencia esta obra como parte de esa reflexión.

Por otro lado, esta muerte según nos la presente la artista Delcy Morelos, tiene un color que son varios a la vez, una serie de matices, un mestizaje que nos hace mirarnos en el espejo para preguntarnos quienes somos realmente en cuanto muertos potenciales?. Acaso no somos otra cosa distinta que una infinidad de colores que se hacen translúcidos y se reflejan por capas en la piel? No es en últimas el color lo que nos hace irredimible la alteridad en el mundo contemporáneo? O acaso, según las palabras de Delcy Morelos, no llegó el momento en el que el color ya no marca fronteras frente a la violencia en Colombia? Si es la diferencia y el conocimiento o re-conocimiento del otro lo que se pregona a ocho voces, ¿porque nos embarga a cada instante la sensación de intolerancia? En esta ambigüedad entre lo que se dice y lo que se hace es que se muestra esta obra. Es una mirada desde adentro...como si se estuviera en el interior de una bóveda mortuoria, en la que cada cuerpo se funde en su propio féretro haciendo de los dos uno sólo, y haciendo del espectador un testigo activo con una responsabilidad enorme frente al silencio que ha mantenido en años de violencia.

En aquél entonces de aquella exposición que mencioné de 1996, Delcy Morelos citó un texto de Schopenhauer de: “El amor, las mujeres y la muerte” del cual me atrevo a extraer la siguiente frase: “En el corazón de todos hay una fiera que espera la ocasión de hacer rabiar y dañar a los demás, queriéndoles aniquilar si se les interpone en su camino: de ahí el deseo de lucha y de guerra. Llámese el mal radical, si esta palabra sirve a aquellos que buscan una explicación. Yo digo que es la voluntad de vivir, que pretende aliviar su propio tormento atortmentando a los demás, amargando más y más por el constante padecimiento de la existencia.”
[3]

De allí parto para preguntar sobre otras violencias. Si bien es cierto que la violencia colombiana tiene todos los matices, la obra de Delcy Morelos escapa a su origen y se vuelca hacia otros mundos donde convergen el deseo de muerte y la pulsión por desestabilizar la vida. Esto estará de manera intrínseca en cada época, en cada individuo, en cada lugar recóndito del mundo en donde nadie dejará de preguntarse sobre su propia existencia y sobre las razones que se deben tener para vivir y la manera como se debe exorcizar la muerte.


[1] “- No, madre, no es el caos – trato de explicarle yo, con varios aguardientes subidos a la cabeza -. No es el caos, es la HISTORIA, así con mayúscula, ¿no se da cuenta? Sólo fragmentada en pequeñas y asombrosas historias, la de estas señoras defensoras de los perros de Tenjo, la de estos rockeros apocalípticos, la de estas estudiantes que se llaman Lady Di y adoran las canciones de Shakira y muestran el ombligo y han subido hasta acá arriesgando el pellejo...¡También es la historia suya, madre Francoise!”.
La Multitud Errante, Laura Restrepo. Editorial Planeta. Seix Barral, Biblioteca Breve. 2001, pg. 127.
[2] La Cámara Lúcida, Roland Barthes.
[3] Por mi raza hablará el espíritu, Catálogo de exposición B.L.A.A. Op Gráficas Impresión. Bogotá. 1996. p. 32.

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