21 de junio de 2011

ANISH KAPOOR / Leviathán: las ambigüedades de un monstruo


Exposición titulada "Leviathán" en el marco de proyectos artísticos  Monumenta en el Grand Palais en París. La exposición se abrió el 11 de mayo y se cierra el jueves 23 de junio de 2011.

Antes de entrar al espacio del Grand Palais, es preciso decir que se trata de una construcción en hierro y vidrio que data de 1897 y que, en la parte que ahora está destinada para la Monumenta, tiene 13.500 metros cuadrados y una altura de más de 30 metros. Monumenta es, en pocas palabras, una exposición de un proyecto individual de un artista de talla internacional, a quien se le entrega este espacio para que conciba una obra que se adapte al lugar, que juegue con el lugar, o que lo controvierta. Es algo muy parecido a lo que desde hace algunos años se destina la Turbine Hall en la Nueva Galería Tate en Londres, lugar al cual fue invitada la artista colombiana Doris Salcedo y al cual un par de años antes fue invitado el artista que nos compete hoy : Anish Kapoor.
Marsyas - proyecto realizado en el Turbine Hall de la Nueva Tate Gallery en Londres (2002)
Recordemos que en los últimos años, Anish Kapoor ha hecho obras de gran envergadura utilizando en algunos casos espacios públicos con estructuras tanto en acero inoxidable hiper-pulido (que hace de espejo perfecto) o con unas telas sintéticas casi todas ella de color rojo. Fue así como se dio a conocer el megaproyecto en la Tate, por allá en el año 2002, titulado Marsyas. Una suerte de trompas de Falopio de un tamaño que desbordaba y sobrepasaba la escala humana. Dicha cavidad casi que uterina atrapaba al indefenso espectador que podía casi que circular dentro de ella y verse en el origen…, desde adentro. Marsyas es un fauno mitológico que tocaba la flauta como nadie más podía tocar un instrumento musical. Pero ha sido Apolo quien baja del reino de los dioses y viendo que Marsyas tenía gran éxito entre las mujeres con su flauta lo reta a quien toque mejor su instrumento musical. Marsyas toca la flauta y Apolo la lira, y ambos empatan sucesivamente hasta que Apolo lo reta al que toque mejor el instrumento al revés, y allí Marsyas, mostrando grandes ínfulas de excelente músico aceptó sin darse cuenta que la flauta no suena al revés mientras que la lira sí…, y perdió el reto del dios Apolo y fue condenado a ser desollado vivo…, es decir : verse de adentro hacia afuera, verse al revés. Dicha obra es en sí una construcción cuyo tamaño, color y forma nos lleva hacia aquellos lugares que quisiéramos conocer pero no nos atrevemos. De alguna manera, siguiendo sus reflexiones sobre el espejo, Marsyas viene siendo ese aquello tan íntimo que encontramos más allá del espejo.
Pues bien, esta obra que expone en el Grand Palais en París, no es bella, ni su color tiene aquel bello que podía uno encontrar en Marsyas : un color rojo carmesí oscuro. Se trata de una especie de melanoma que le sale al interior de la Galería, formando 3 bolas gigantescas siempre del mismo color brillante que pareciera que se fueran a explotar. Son tres esferas casi perfectas que sobrepasan a los cientos de espectadores que visitan el lugar pero que se ajustan al cuerpo del Grand Palais. Pareciera incluso, como sucede con estos extraños cuerpos malignos que crecen dentro de uno, que las esferas están a punto de tocar los bordes del Grand Palais y que en algún momento estallarán. Su oscuridad, su brillantez, su manera como se inserta en el espacio hace que la veamos como un cuerpo extraño al lugar que se insertó bruscamente.
No es para nada algo que haga juego con el espacio o que se pueda entender como un algo previsible, sino es más bien un algo que choca como una enfermedad dentro del espacio ajustándose a su corporalidad pero yendo en contravía con su estética. Es esto precisamente lo que quería destacar dentro de este cuerpo extraño que se acopla al lugar poseyéndolo, o acaso deformándolo. Y lo extraño de todo esto, es que su forma al borde de la explosión solamente está enquistada a la entrada de la gran galería, el resto, es cuerpo aparentemente suelto. No hay cuerdas que lo amarren, no hay nada que lo esté inflando como los grandes globos, saltarines y muñecos que vemos en los parques, está ahí quieto en su inmensidad esperando su extirpación o posiblemente, cuestionando una enfermedad cultural que va creciendo lenta e invisiblemente hasta llegar a alcanzar dichas proporciones.
Y el espectador puede entrar a este engendro que ha surgido en este espacio !!! en la parte donde está enquistada esta estructura hay una entrada de puertas giratorias que lo llevan a uno a un mundo interior de una oscuridad iluminada por la luz que alcanza a pasar por la piel que desde afuera se ve casi negra brillante. La poca translucidez que se traduce de esta piel deja entrever cómo fue que crecieron armónicamente esas tres esferas y cómo están conectadas a aquel espacio central…., y el monstruo maligno que se veía afuera se convierte en un ambiente cálido, acogedor y extrañamente « perfecto » por dentro. Son miles de nervaduras hechas de las costuras de una tela con otra hacen de este engendro infernal todo un órgano humano.
De pronto demasiado humano, demasiado bello para ser tan malo, o demasiado humano por ser tan bello y a su vez tan peligroso. Estas extrañezas nos hacen pensar nuevamente en la enfermedad, en el melanoma y en cómo un cuerpo extraño puede crecer en nosotros, en nuestra propia cultura, en nuestras sociedades y qué perfecciones debe alcanzar dicho cuerpo para adaptarse al sistema sin dejar de corroerlo. No hay sistemas sociales perfectos y a cada cual le toca inventarse el remedio para lograr convivir con estos engendros tan bellamente estructurados, tan perfectos como puede llegar a ser una bomba atómica. Cada pieza está en su lugar, su tamaño se acopla al sistema sin problema y su magnitud es tan insospechadamente grande que resulta inquietante. A pesar de ello, allí está conviviendo con todos los cientos de espectadores que lo visitan, que se dejan sorprender por sus formas y que se dejan maravillar por su interior tan vacío y tan uterino y tan mortal al mismo tiempo.

17 de junio de 2011

TURISTA DE ESPALDAS A LA MONALISA / LA CONSTRUCCIÓN DE UNA HISTORIA (4ª parte)

El Carrusel del Louvre es aquel gran centro comercial bajo tierra que da acceso al Museo del Louvre, diseñado por el arquitecto chino norteamericano Ming Pei que, en su momento, generó toda suerte de críticas por haber construido unas pirámides de vidrio en pleno sitio histórico de París. Desde el instante en que uno entra a este espacio, la imagen de la Mona Lisa nos acompaña permanentemente: las tiendas que hay del museo nos muestran en sus estanterías infinitas miradas, manos, poses, bocas, paisajes, todos ellos relacionados con el cuadro. Algunas veces no alcanzamos del todo a ver la imagen completa pero ya sabemos que se trata de ella. Son libros en todos los idiomas que, a pesar de que es un libro del museo entero, nos muestra en su portada la imagen de la Mona Lisa. Además de los libros de todo tipo, también son bolígrafos, libretas, llaveros, sombrillas, borradores, postales, carpetas, bolsas, imanes y tantas cosas que estallan sobre uno con la mirada de la Mona Lisa.

Pero no es solamente entrar a un Museo sino entrar a un lugar que está enclavado en una de las tantas mitades que tiene París, y eje paisajístico de toda la ciudad. Yo veo desde la pirámide del Museo, la Torre Eiffel, el Museo de Orsay al otro lado del Sena, veo el obelisco de la Concordia, los Campos Elíseos con su arco del triunfo y al fondo muy al fondo veo el Gran Arco de la Defensa. Es decir, una buena porción de París se ve y se siente desde este palacio imponente. Ya habiendo pasado por este espacio comercial y ya habiendo franqueado el lugar de compra de tiquetes donde le entregan el mapa del museo en el cual no puede faltar la imagen de la Mona Lisa, se accede finalmente a una de las tres entradas (porque son 3 alas enormes de 4 pisos cada una), desde donde se da inicio a la visita formal del Museo y su historia. A través de pasillos medievales a veces, restaurados y renacentistas o clásicos otras tantas, su olor es el de la historia como tal. Y es una historia que todos hemos alguna vez oído y que tiene mucho que ver con Francisco I y con los Luises, sobre todo Luis XV y XVI, aquellos que en su momento ayudaron a construir la Francia que hoy en día todos conocemos.
Volvamos entonces, a la entrada del museo y a su recorrido que tantas veces hemos hecho. Volvamos a las tiendas y a los turistas, y volvamos ante todo a aquello de lo que trato de entender como la “historia construida”. El Turista entra al Museo y ve que la mirada de la Mona Lisa se clava en su mirada y lo persigue sin piedad. No alcanza a entrar al Museo y como dije anteriormente ya lo ha atacado un par de veces, no solamente por lo que ve en la tienda sino por el consejo de otros tantos turistas que lo precedieron…, todavía resuenan sus voces diciendo: “si vas a París tienes que visitar la Mona Lisa, te tomas una foto delante de ella y me la muestras”. El Turista no puede hacer caso omiso de esta consigna y siente como obligación propia y como deber de vida tomar la fotografía de un cuadro que conoce de memoria y que no le interesa mucho porque no es un cuadro que tenga una narrativa propia...,  El Turista ha aprendido que hay algunos cuadros a los que no es bueno preguntarse acerca de su pertinencia en el gran Arte Universal. Por ejemplo: “¿si a mí, personalmente, no me gusta la Mona Lisa, porqué debo ir a verla y decir que es un cuadro hermoso?” Esta es una pregunta incorrecta desde todo punto de vista, ya que puede arrojar resultados acerca de su ignorancia sobre asuntos estéticos que lo sobrepasan ya que la historia, que está pre-construida sobre el cuadro, arrasa con su pobre cultura personal.

Y todo ello se nota desde el instante en que, atravesando pasillos medievales, vemos la imagen de la Mona Lisa ayudándonos a no perder nuestro objetivo: “ …, te tomas una foto delante de ella y me la muestras.” Es decir, ya sabemos cuál es el motivo más importante de la visita y hacia allí nos dirigimos. El Museo ayuda a que no nos desviemos del camino y, cada tanto, coloca imágenes de la Mona Lisa como si el turista estuviera de pronto entretenido viendo un cuadro de Ingres, de David, de Delacroix, una escultura de Miguel Ángel, de Canova o si estuviera en cualquier otra Sala abarrotada de cuadros que le estuvieran haciendo perder el tiempo…, perder su misión.

Pero no siendo esto suficiente, tomase el ascensor o subiese a pie por las largas escaleras, el Turista debe pasar de largo por obras que bien puede merecerle una mirada más que casual. A pesar de ello, sigue derecho, toma una foto rápida sobre lo que le parece que debe ser importante porque otros tantos hacen el mismo gesto y sigue su camino hasta llegar frente al cuadro que tanto ha valido el viaje a la Ciudad Luz: la Mona Lisa. Apenas alza el brazo, como decía en otro texto anterior esboza una sonrisa construída de orgullo entre taciturno y defraudado, porque en últimas el cuadro es igual o peor de lo que ha visto tantas veces en otros lados, incluyendo la tienda del Museo antes de entrar. Pero el Turista ve que a otros les pasa lo mismo: nadie observa verdaderamente el cuadro.

 
A nadie la importa. El cuadro no es para nadie nada novedoso y tampoco le dice mucho, y en el fondo el Turista se ve con todos en un espejo preguntándose por qué fue que pasó de largo ante todas las obras del Museo sin verlas para ver algo que ya conocía…, y aún así toma la foto que valida su viaje y se despide entre contento por la labor cumplida y nostálgico porque el cuadro no le dijo nada nuevo. Porque en el fondo el Turista ya conocía la imagen y de ella no podía decir nada nuevo…, nada distinto a que es una obra del Arte Universal que debe recomendarse a cualquier otro turista que vaya a París. Y aún sin conocer alguna de sus historias como tal y aún sintiéndose defraudado por ella, el Turista ha ido con otra historia que le dice rápidamente que se trata de una obra maestra de Leonardo Da Vinci y que hay cosas misteriosas en el cuadro que no se han podido descifrar. Es una historia tan hecha, tan construida, tan bien armada, tan propia, que ante el cuadro no solamente no se sorprende sino que evita tener la experiencia de estar frente al cuadro. Son pocos los que se dejan llevar por el hecho de tener la experiencia frente al cuadro. Son muchos los que han llevado la experiencia a priori y han posado ante la foto con una experiencia construida.
La Historia de Arte y el Museo se han encargado de construir para el turista una experiencia de antemano que hace que la experiencia real, aquella frente a la obra, sea una ficción. Los souvenires, los consejos de quienes nos despidieron en el aeropuerto antes de partir, los mapas de la ciudad, los letreros dentro del museo, y las pocas clases de historia del arte le crearon al Turista la idea de la experiencia estética antes de ver la obra y le han dicho que si alli frente a la Mona Lisa no es conciente de "Lo Bello", nunca lo será. El Turista piensa que es feliz... el Turista cree que se siente emocionado... el Turista opina con su pose que el viaje a valido la pena... pero en el fondo, todo ello no es más que una experiencia construida para el Turista desde otras instancias distintas a las que lo embargan en este momento.
Nadie vio el cuadro, y sin embargo todos estuvieron frente a él tomándose sendas fotos simulando la felicidad que previeron iban a sentir cuando estuviesen frente al cuadro. Y por no ver el cuadro, o, por verlo “de mentiras”, se dejó a un lado la verdadera experiencia de ver no solamente la obra en sí misma sino todo lo que estaba alrededor de ella…

(continuará: TURISTA DE ESPALDAS A LA MONALISA/ LO QUE ELLA VE Y LO QUE LOS DEMÁS NO MIRAN)


12 de junio de 2011

TURISTA DE ESPALDAS A LA MONALISA / HISTORIA DE UNA SONRISA (3era parte)

Hasta el momento, la mejor imagen tomada por El Turista a la Mona Lisa
Desde hace años… tal vez muchos años, los estudiosos del Arte Universal, dentro del cual está enmarcado el renacimiento italiano en su más profundo eje, vienen diciendo que el cuadro de la Gioconda no es de la Gioconda: de la esposa de Francesco del Giocondo una tal Lisa Gherardini. Y bien, ¿yo qué puedo decir al respecto? No mucho, o, a lo mucho, decir que si es la Gioconda el cuadro pintado en los albores del siglo XVI por Leonardo Da Vinci, al menos se debería llamar “la Gherardina”, dado que es la hija del señor Gherardini y es así como se llamaban a las mujeres de la época así estuvieran casadas con señores mercaderes Giocondos.

Miremos entonces dónde se empezaron a tejer todas estas historias: Giorgio Vasari, decidió a mediados del siglo XVI reunir una serie de biografías de los artistas vivos o no, que tuvieron un papel preponderante en el Renacimiento Italiano. Seguramente se dio cuenta de que algo importante había sucedido a nivel histórico y se entregó a la tarea de recoger testimonios, anudar datos de un lado y del otro, para ir armando el rompecabezas de una de las épocas más relevantes en el “gran arte universal”. Es así como, a pesar de nunca haber conocido en persona a Leonardo Da Vinci, mientras escribía o mandaba escribir el capítulo sobre su vida, alguien le contó que existía un cuadro de una mujer hermosa que estaba en el castillo de Fontainbleu y que había sido adquirido por el rey mecenas de la época, Francisco I. También le dijo que era un retrato de Lisa Gherardini., y desde ese instante quedó titulado el cuadro como “La señora Lisa” o “la Mona Lisa” o falsamente “La Gioconda” por la razón que ya di anteriormente.
Francois I (Jean Clouet- 1527)
Desde ese momento, desde el instante del bautizo de la obra, no se volvió a saber mucho de ella, salvo que quien lo veía quedaba maravillado porque el cuadro, donde quisiera que uno estuviera, siempre lo miraba a uno. Es una obra en la que la mirada siempre lo persigue a uno y eso hace que tenga un toque de maestría sobre la manera en que Da Vinci construyó este retrato.

Pero ha surgido otra inquietud sobre la persona retratada: es factible que Da Vinci no se hubiese puesto a hacer retratos por encargo a personas menores si se tiene en cuenta que, en su época, están dirigiendo los hilos políticos y económicos los Medicis en toda Italia. El papa León X lleva la voz de mando en todo el territorio cristiano y, para agrandar su injerencia política y económica, nombra como cardenal a su hermano menor Giuliano de Medici. Giuliano, hombre de letras y de bohemias, es nombrado cardenal, duque de Néamours, hombre de estado de Florencia y a su vez es uno de los consentidores de Leonardo Da Vinci. De tal manera que es, según otro estudio (entre otras personas, el de Roberto Zapperi), que el retrato de la Mona Lisa no sea el de aquella mujer casada con Giocondo, sino que sea un encargo del mismo Giuliano de Medici. De ser cierto, podremos seguir con la pista y nos encontraremos que, así tanto Cardenales como Papas tenían hijos y amantes, también era cierto que de sus múltiples fiestas salían otros hijos que no siendo los propios se tenían como repuesto. Giuliano no fue, en este caso, ajeno a su época, mucho menos siendo tan amigo del derroche que significaba su apodo “El Magnífico”.

Tumba de Giuliano de Medici (Miguel Angel - 1534)
Y de magníficas fiestas y celebraciones, Giuliano fue engendrando a Ippolito con una mujer que se dice, murió poco después del parto, Pacífica Brandani, dejando a Ippólito en el aire, para que fuese reconocido por su padre unos meses más tarde. Siendo éste el único hijo conocido que tuviese Giuliano, ganó todos los méritos que habría de tener cualquier hijo nacido de su matrimonio con Filiberta de Saboya, dado que nunca tuvo que ser el repuesto de nadie. De tal suerte, que de todo este enredo nace la historia, que nos dice que Giuliano mandó elaborar el retrato de Pacifica Brandani para que su hijo tuviese, como era la costumbre de la época, un cuadro de su madre. Puesto que Ippólito no conocía a su madre, Giuliano mandó hacer un cuadro que revelara la belleza de una madre desconocida a uno de los mejores pintores de la época, y uno de sus maestros consentidos. Sin embargo, no habiendo terminado el cuadro aún, porque Da Vinci no se distinguía por terminar rápido lo que empezaba, Giuliano muere y deja a quienes apadrinaba sin su mecenazgo. Da Vinci recupera ese “techo” en Amboise (Francia), bajo la protección del rey Francisco I, quien termina finalmente con el cuadro en sus manos, llevándolo a su castillo en Fontainebleu, muy cerca de París.

Castillo de Fontainebleu
Pero de allí sale otra historia no menos interesante: resulta que por ser un cuadro encargado sobre una persona desconocida a quien no le hicieron un molde de su rostro como se habría de hacer con innumerables personajes que requerían de un retrato postmortem, el rostro es inventado. Y según algunas fotografías tomadas con lentes potentes que logran sacar millones de píxeles en cada centímetro y logran manejar una gama de colores casi que infinita, se logró detectar que en la pupila de cada ojo estaban inscritas las letras iniciales de Leonardo Da Vinci y de “El Salai”, apodo de Giacomo Caprioti su alumno más querido. Lo que habría de tener algún significado especial de seguir con las pistas simbólicas de este gran maestro italiano.
-El Turista no ve nada en la flecha marcada por los estudiosos-
Si toda esta truculenta historia es cierta, puede llegar a ser entendible que Vasari haya preferido escoger aquella en la que le dicen que es factible que haya sido el retrato de Lisa Gherardini esposa de Francesco del Giocondo. De esta manera se habría evitado tener que explicar ante una sociedad sellada económica, política y religiosamente en apariencias, no solamente todo este enredo sino también el de llegar a la conclusión de que el cuadro aquel de la mujer hermosa que está colgado en la sala del palacio del rey y que todos admiran es en realidad el retrato de dos hombres juntos que se amaban hasta la muerte y que simulaban ser la mamá desconocida del cardenal Ippólito de Medici. Es factible que ese sea el misterio de la sonrisa socarrona de la Mona Lisa.
                                       


9 de junio de 2011

TURISTA DE ESPALDAS A LA MONALISA / EL ACTO FOTOGRÁFICO (2ª parte)

En la calle que atraviesa el Museo del Louvre de norte a sur, más exactamente en la Plaza del Carrusel, generalmente están estacionados unos autocares que cargan cientos de turistas que buscan conocer en unas horas todo Paris, incluyendo la visita al Museo a ver, entre otras obras que quedan en el camino, La Monalisa. Desde allí entiende uno la magnitud de la “experiencia”: muchas sombrillas sin abrirse pero a la vista, en el aire, bajan de diferentes carros, guiando como varitas mágicas, a todo este montón de gente (irlandeses, coreanos, argentinos, norteamericanos, iraníes, marroquíes, rusos, colombianos, etc) y todos, bajo el sol, la lluvia, la nieve, no importa el clima que haga, hacen la cola para poder finalmente entrar al Museo para respirar su grandeza, para ver sus pasillos, para ver porqué es uno de los museos infaltables en la vida de una persona, y para constatar que una de las razones se les va a aparecer en unos instantes.

He hecho el recorrido desde diversos puntos en esos días y mi record ha sido de 11 minutos en llegar desde la entrada (tiquete en mano) a la sala donde está la Monalisa. Sin embargo, hoy inicié mi recorrido con uno de estos grupos que identifiqué que iban de prisa…. Es decir, se trata de uno de esos grupos que compraron el paquete de “conozca Europa y sus museos en 5 días!!!” y literalmente te hacen ver Europa con todo y sus museos en 5 días, pero el día 6 en que estás de regreso a casa todavía no te has enterado que estuviste en Europa. Que el cambio de horario, que tu cuerpo de trabajo sedentario no está acostumbrado a tanta caminata en un solo día ni mucho menos en 5, que los tragos en el avión, que el cambio de comidas, que la dormida en cama nueva y almohada nueva, que la madrugada para aprovechar el desayuno gratis (como si no se hubiese pagado en el paquete). Todo esto nos lleva a subirnos pesadamente a un autocar, habiendo llegado a París ese mismo día después de un par de horas de viaje de Madrid, ciudad en la cual inició el periplo europeo el día anterior, visitando, entre otras maravillas, el Museo del Prado y sus “Meninas” de Velásquez. Se finge estar dispuesto a todo, a pesar de todo. Pues bien, como comenté me inserté en un grupo de estos que iban de afán por el mundo conociendo Meninas y Giocondas y la sombrillita que nos guiaba, a pesar de mi entrenamiento (corto aunque, debo decir, juicioso) nos llevó enfrente de la obra en 8 minutos!!!, con cerca de 25 personas a bordo!!!

Para mi sorpresa, muchos de los que llegaron en este grupo no intentaron llegar al frente, frente de la obra… simplemente la vieron desde lejos y desde allí tomaron sus fotos y se tomaron sus respectivas fotos. Uno de los ítems a “chulear” en el paseo cultural por Europa, se logró en tiempo record: en 20 minutos la sombrilla sin abrirse siempre en alto junto con sus seguidores trasnochados, estaban de regreso a la salida del Museo. Si no tuvieron tiempo de ver la Monalisa, mucho menos habrán tenido tiempo de verme a mí que los acompañé de un lado al otro. Colándome en una explicación de pocos detalles, logré entender que teníamos 5 minutos para deleitarnos con la Monalisa. “Tómense todas las fotografías que puedan que este momento es único”, habría dicho la guía.
Y si uno ve en la distancia, realmente es un momento único. ¿Cuando más se podría estar frente a la Monalisa? (la del Museo, la de verdad, por supuesto, porque la del juego de cartas o la de la camiseta, es otra cosa que más adelante hablaremos). Es ahí donde la cámara tiene que tener buenas pilas. Es ahí donde no puede fallar el pulso. Es ahí donde la trasnochada, el ajetreo de la aduana, la borrachera, la comida pesada, el calor en el bus y la noche mala en el hotel no pueden interponerse en el camino. Sería injusto que así fuera…. Pero, ¿quién dice que la vida es justa? Es exactamente ese instante por el que se pagó “Europa Cultural en 5 días” y nada se debía cruzar con nada, la cabeza debía estar 100% lúcida, pero el cuerpo está pesado y apenas puede levantar la cámara para tomar una foto y rezar para que el regreso al autocar sea pronto y para que la guía no le dé por ir a otras salas a visitar otras obras de “relativa” importancia. El cuerpo apenas quiere posar para una foto rápida sin mayores ajetreos frente al cuadro, o a la distancia, poner cara feliz, cara de como quien realmente se siente liberado de la carga enorme que debe suponer no haber visto nunca la Monalisa en persona para luego salir corriendo de allí. Supongo, en un momento de esos, que es el típico instante en que se quiere conocer a esa estrella de cine favorita y en el momento exacto en que las cosas se dan, uno no sabe qué diablos decirle.
De tal manera, que todos, salieron corriendo ante la estrella de cine… apenas un par de fotos y se apuraron a regresar a su vehículo con cara de alivio trasnochado.

Pero detengámonos un instante en ese instante. Aquel momento en que finalmente estoy frente a la Monalisa. Miremos no solamente el trasnocho y etcéteras que no son exclusivos de todos los que allí llegan. Miremos la pose frente al cuadro: No he alcanzado a verlo realmente, pero eso no importa porque el cuadro como tal ya lo conozco. Lo que necesito es posar con él como quien posa con una persona conocida o con un monumento importante, o con ambos al mismo tiempo. Se requiere dejar constancia, como anotaba en la anterior reseña, de un viaje y de un lugar, así ya los hubiese visto en toda suerte de souvenires o de filmes. La fotografía me ayuda a dejar huella de que el viaje tenía un ojo que congelaba instantes para siempre y que así nunca los volviera a ver, allí estaría como soporte de lo que yo alguna vez en la vida hice.

Con la fotografía no necesito ver, porque la cámara hace eso por mí.

La cámara no se trasnocha, no le pasa ningún estrago que le pasa al viajero. La cámara siempre está atenta al instante y nos permite, entre otras, poder hacer esos viajes relámpago porque ella será el testimonio de lo que quise ver, de lo que a lo mejor hice y de lo que alguna vez fui.
Lamentable error el de consignar a la cámara tamaña labor dado que el ejercicio mismo de la experiencia se la hemos ido endosando sin mayor vergüenza. ¿Quién ha visto realmente la Monalisa? ¿A alguien le interesa el cuadro como tal? No sorprende ver en las imágenes la pose, como venía diciendo. Pero en la pose también hay una extrañeza: yo no miro el cuadro… sino es el cuadro el que me mira a mí posando con él. O, ¿para qué mirarlo, si él me mira a mí?


7 de junio de 2011

TURISTA DE ESPALDAS A LA MONALISA / EL PROYECTO (1era parte)

“Desde hace un par de meses, no sin mi propia angustia, he estado ausente de este espacio debido a un estudio en el que estoy metido de lleno: La Monalisa en París. A pesar del tiempo que ha transcurrido, aún siento que faltan muchos detalles para sentarme a escribir sobre ellos, y sin embargo, también tengo la impresión de que si no comienzo a relatarlos nunca los escribiré, de manera que les agradezco haber tenido la paciencia de esperar. Este proyecto de “Estudio sobre la Mona Lisa” fue ganador del concurso de Residencias en París lanzado por la S.C.R.D de Bogotá en convenio con la Alianza Francesa de Bogotá, y es en este espacio que he decidido escribir sobre el mismo. Los invito entonces, a todos ustedes, a que me acompañen en este viaje parisino.” A.G.


 3  de junio,... como cualquier viernes del año
EL PROYECTO (1era parte)


a. El Museo del Louvre: He dedicado en anteriores ocasiones, y sobre todo en los cursos que he ofrecido en las Universidades, algunos momentos en los que me he cuestionado sobre el momento en que se decidió que “La Monalisa” debía ser la pintura más bella e inquietante del Arte Universal . Igualmente, me he cuestionado acerca de cosas tan sencillas como la forma en que convinimos, casi como autómatas, que el no ver “La Monalisa” en un viaje a París sería imperdonable y casi se consideraría como un viaje perdido a la Ciudad Luz. No es en vano, que el número exorbitante de visitantes al Museo del Louvre se deba a dicha obra, y que, incluso muchos de los turistas que viajan a París tengan como uno de los mayores intereses en tomarse una fotografía al lado de “La Mona Lisa”.


b. “La Monalisa”: El Museo del Louvre ha preparado un espacio preferencial a esta pintura ubicándola sobre una pared falsa levantada en la mitad de una sala grande del palacio. Allí, en esta pared, no solamente está el cuadro sino que, frente a él, se encuentra un vidrio ancho de protección. Seguido de este vidrio, hay una especie de pasamanos de madera en semi-círculo y luego una cinta alejada un metro del pasamanos, que ayuda a mantener cierta distancia preventiva de los miles de excitados espectadores que desean a toda costa llevarse la constancia fotográfica de haber estado frente a “La Monalisa”. Si a este corto recuento le adicionamos el hecho de que el cuadro en sí es de un tamaño pequeño , bien podremos prever que la imagen fotográfica será utilizada escasamente como evidencia imprecisa de un viaje a París.

c. La vigilancia: Seguramente el meollo de todo este relato tenga que ver con el operativo de vigilancia que tiene este objeto preciado por todos los turistas y amantes del arte. Algunos guardas amablemente previenen que la gente agolpada traspase la frontera del doble semicírculo. (cinta y pasamanos). Dado que la pared donde se encuentra “colgada” “La Monalisa” está en medio de una sala que tiene dos entradas/salidas, también hay guardas en cada uno de estos accesos. Y finalmente, podremos apreciar en las esquinas de la sala, algunas cámaras que están registrando segundo a segundo todo lo que allí viene sucediendo. No es poca la vigilancia, pero habrá que recordar que tampoco es baja la relevancia de la obra que se está protegiendo.
No se sabe si la importancia se debe a la vigilancia que hay sobre la obra o si se debe a la proliferación de evidencias que cada uno de los visitantes lleva a su casa o si sea un marketing publicitario manejado tanto desde el Museo como de las políticas culturales internacionales de Francia. Todas estas instancias, pueden incidir en la decisión sobre lo bello y en la adoración misma de lo bello.

En el entretanto he decidió ser un turista más en esta ciudad y en este museo así he entrado a ver lo que hay alrededor de esta obra.

Turista de Espaldas a la Mona Lisa