Hasta el momento, la mejor imagen tomada por El Turista a la Mona Lisa |
Desde hace años… tal vez muchos años, los estudiosos del Arte Universal, dentro del cual está enmarcado el renacimiento italiano en su más profundo eje, vienen diciendo que el cuadro de la Gioconda no es de la Gioconda: de la esposa de Francesco del Giocondo una tal Lisa Gherardini. Y bien, ¿yo qué puedo decir al respecto? No mucho, o, a lo mucho, decir que si es la Gioconda el cuadro pintado en los albores del siglo XVI por Leonardo Da Vinci, al menos se debería llamar “la Gherardina”, dado que es la hija del señor Gherardini y es así como se llamaban a las mujeres de la época así estuvieran casadas con señores mercaderes Giocondos.
Miremos entonces dónde se empezaron a tejer todas estas historias: Giorgio Vasari, decidió a mediados del siglo XVI reunir una serie de biografías de los artistas vivos o no, que tuvieron un papel preponderante en el Renacimiento Italiano. Seguramente se dio cuenta de que algo importante había sucedido a nivel histórico y se entregó a la tarea de recoger testimonios, anudar datos de un lado y del otro, para ir armando el rompecabezas de una de las épocas más relevantes en el “gran arte universal”. Es así como, a pesar de nunca haber conocido en persona a Leonardo Da Vinci, mientras escribía o mandaba escribir el capítulo sobre su vida, alguien le contó que existía un cuadro de una mujer hermosa que estaba en el castillo de Fontainbleu y que había sido adquirido por el rey mecenas de la época, Francisco I. También le dijo que era un retrato de Lisa Gherardini., y desde ese instante quedó titulado el cuadro como “La señora Lisa” o “la Mona Lisa” o falsamente “La Gioconda” por la razón que ya di anteriormente.
Desde ese momento, desde el instante del bautizo de la obra, no se volvió a saber mucho de ella, salvo que quien lo veía quedaba maravillado porque el cuadro, donde quisiera que uno estuviera, siempre lo miraba a uno. Es una obra en la que la mirada siempre lo persigue a uno y eso hace que tenga un toque de maestría sobre la manera en que Da Vinci construyó este retrato.
Pero ha surgido otra inquietud sobre la persona retratada: es factible que Da Vinci no se hubiese puesto a hacer retratos por encargo a personas menores si se tiene en cuenta que, en su época, están dirigiendo los hilos políticos y económicos los Medicis en toda Italia. El papa León X lleva la voz de mando en todo el territorio cristiano y, para agrandar su injerencia política y económica, nombra como cardenal a su hermano menor Giuliano de Medici. Giuliano, hombre de letras y de bohemias, es nombrado cardenal, duque de Néamours, hombre de estado de Florencia y a su vez es uno de los consentidores de Leonardo Da Vinci. De tal manera que es, según otro estudio (entre otras personas, el de Roberto Zapperi), que el retrato de la Mona Lisa no sea el de aquella mujer casada con Giocondo, sino que sea un encargo del mismo Giuliano de Medici. De ser cierto, podremos seguir con la pista y nos encontraremos que, así tanto Cardenales como Papas tenían hijos y amantes, también era cierto que de sus múltiples fiestas salían otros hijos que no siendo los propios se tenían como repuesto. Giuliano no fue, en este caso, ajeno a su época, mucho menos siendo tan amigo del derroche que significaba su apodo “El Magnífico”.
Y de magníficas fiestas y celebraciones, Giuliano fue engendrando a Ippolito con una mujer que se dice, murió poco después del parto, Pacífica Brandani, dejando a Ippólito en el aire, para que fuese reconocido por su padre unos meses más tarde. Siendo éste el único hijo conocido que tuviese Giuliano, ganó todos los méritos que habría de tener cualquier hijo nacido de su matrimonio con Filiberta de Saboya, dado que nunca tuvo que ser el repuesto de nadie. De tal suerte, que de todo este enredo nace la historia, que nos dice que Giuliano mandó elaborar el retrato de Pacifica Brandani para que su hijo tuviese, como era la costumbre de la época, un cuadro de su madre. Puesto que Ippólito no conocía a su madre, Giuliano mandó hacer un cuadro que revelara la belleza de una madre desconocida a uno de los mejores pintores de la época, y uno de sus maestros consentidos. Sin embargo, no habiendo terminado el cuadro aún, porque Da Vinci no se distinguía por terminar rápido lo que empezaba, Giuliano muere y deja a quienes apadrinaba sin su mecenazgo. Da Vinci recupera ese “techo” en Amboise (Francia), bajo la protección del rey Francisco I, quien termina finalmente con el cuadro en sus manos, llevándolo a su castillo en Fontainebleu, muy cerca de París.
Pero de allí sale otra historia no menos interesante: resulta que por ser un cuadro encargado sobre una persona desconocida a quien no le hicieron un molde de su rostro como se habría de hacer con innumerables personajes que requerían de un retrato postmortem, el rostro es inventado. Y según algunas fotografías tomadas con lentes potentes que logran sacar millones de píxeles en cada centímetro y logran manejar una gama de colores casi que infinita, se logró detectar que en la pupila de cada ojo estaban inscritas las letras iniciales de Leonardo Da Vinci y de “El Salai”, apodo de Giacomo Caprioti su alumno más querido. Lo que habría de tener algún significado especial de seguir con las pistas simbólicas de este gran maestro italiano.
Si toda esta truculenta historia es cierta, puede llegar a ser entendible que Vasari haya preferido escoger aquella en la que le dicen que es factible que haya sido el retrato de Lisa Gherardini esposa de Francesco del Giocondo. De esta manera se habría evitado tener que explicar ante una sociedad sellada económica, política y religiosamente en apariencias, no solamente todo este enredo sino también el de llegar a la conclusión de que el cuadro aquel de la mujer hermosa que está colgado en la sala del palacio del rey y que todos admiran es en realidad el retrato de dos hombres juntos que se amaban hasta la muerte y que simulaban ser la mamá desconocida del cardenal Ippólito de Medici. Es factible que ese sea el misterio de la sonrisa socarrona de la Mona Lisa.