El Carrusel del Louvre es aquel gran centro comercial bajo tierra que da acceso al Museo del Louvre, diseñado por el arquitecto chino norteamericano Ming Pei que, en su momento, generó toda suerte de críticas por haber construido unas pirámides de vidrio en pleno sitio histórico de París. Desde el instante en que uno entra a este espacio, la imagen de la Mona Lisa nos acompaña permanentemente: las tiendas que hay del museo nos muestran en sus estanterías infinitas miradas, manos, poses, bocas, paisajes, todos ellos relacionados con el cuadro. Algunas veces no alcanzamos del todo a ver la imagen completa pero ya sabemos que se trata de ella. Son libros en todos los idiomas que, a pesar de que es un libro del museo entero, nos muestra en su portada la imagen de la Mona Lisa. Además de los libros de todo tipo, también son bolígrafos, libretas, llaveros, sombrillas, borradores, postales, carpetas, bolsas, imanes y tantas cosas que estallan sobre uno con la mirada de la Mona Lisa.
Pero no es solamente entrar a un Museo sino entrar a un lugar que está enclavado en una de las tantas mitades que tiene París, y eje paisajístico de toda la ciudad. Yo veo desde la pirámide del Museo, la Torre Eiffel, el Museo de Orsay al otro lado del Sena, veo el obelisco de la Concordia, los Campos Elíseos con su arco del triunfo y al fondo muy al fondo veo el Gran Arco de la Defensa. Es decir, una buena porción de París se ve y se siente desde este palacio imponente. Ya habiendo pasado por este espacio comercial y ya habiendo franqueado el lugar de compra de tiquetes donde le entregan el mapa del museo en el cual no puede faltar la imagen de la Mona Lisa, se accede finalmente a una de las tres entradas (porque son 3 alas enormes de 4 pisos cada una), desde donde se da inicio a la visita formal del Museo y su historia. A través de pasillos medievales a veces, restaurados y renacentistas o clásicos otras tantas, su olor es el de la historia como tal. Y es una historia que todos hemos alguna vez oído y que tiene mucho que ver con Francisco I y con los Luises, sobre todo Luis XV y XVI, aquellos que en su momento ayudaron a construir la Francia que hoy en día todos conocemos.
Volvamos entonces, a la entrada del museo y a su recorrido que tantas veces hemos hecho. Volvamos a las tiendas y a los turistas, y volvamos ante todo a aquello de lo que trato de entender como la “historia construida”. El Turista entra al Museo y ve que la mirada de la Mona Lisa se clava en su mirada y lo persigue sin piedad. No alcanza a entrar al Museo y como dije anteriormente ya lo ha atacado un par de veces, no solamente por lo que ve en la tienda sino por el consejo de otros tantos turistas que lo precedieron…, todavía resuenan sus voces diciendo: “si vas a París tienes que visitar la Mona Lisa, te tomas una foto delante de ella y me la muestras”. El Turista no puede hacer caso omiso de esta consigna y siente como obligación propia y como deber de vida tomar la fotografía de un cuadro que conoce de memoria y que no le interesa mucho porque no es un cuadro que tenga una narrativa propia..., El Turista ha aprendido que hay algunos cuadros a los que no es bueno preguntarse acerca de su pertinencia en el gran Arte Universal. Por ejemplo: “¿si a mí, personalmente, no me gusta la Mona Lisa, porqué debo ir a verla y decir que es un cuadro hermoso?” Esta es una pregunta incorrecta desde todo punto de vista, ya que puede arrojar resultados acerca de su ignorancia sobre asuntos estéticos que lo sobrepasan ya que la historia, que está pre-construida sobre el cuadro, arrasa con su pobre cultura personal.
Y todo ello se nota desde el instante en que, atravesando pasillos medievales, vemos la imagen de la Mona Lisa ayudándonos a no perder nuestro objetivo: “ …, te tomas una foto delante de ella y me la muestras.” Es decir, ya sabemos cuál es el motivo más importante de la visita y hacia allí nos dirigimos. El Museo ayuda a que no nos desviemos del camino y, cada tanto, coloca imágenes de la Mona Lisa como si el turista estuviera de pronto entretenido viendo un cuadro de Ingres, de David, de Delacroix, una escultura de Miguel Ángel, de Canova o si estuviera en cualquier otra Sala abarrotada de cuadros que le estuvieran haciendo perder el tiempo…, perder su misión.
Pero no siendo esto suficiente, tomase el ascensor o subiese a pie por las largas escaleras, el Turista debe pasar de largo por obras que bien puede merecerle una mirada más que casual. A pesar de ello, sigue derecho, toma una foto rápida sobre lo que le parece que debe ser importante porque otros tantos hacen el mismo gesto y sigue su camino hasta llegar frente al cuadro que tanto ha valido el viaje a la Ciudad Luz: la Mona Lisa. Apenas alza el brazo, como decía en otro texto anterior esboza una sonrisa construída de orgullo entre taciturno y defraudado, porque en últimas el cuadro es igual o peor de lo que ha visto tantas veces en otros lados, incluyendo la tienda del Museo antes de entrar. Pero el Turista ve que a otros les pasa lo mismo: nadie observa verdaderamente el cuadro.
A nadie la importa. El cuadro no es para nadie nada novedoso y tampoco le dice mucho, y en el fondo el Turista se ve con todos en un espejo preguntándose por qué fue que pasó de largo ante todas las obras del Museo sin verlas para ver algo que ya conocía…, y aún así toma la foto que valida su viaje y se despide entre contento por la labor cumplida y nostálgico porque el cuadro no le dijo nada nuevo. Porque en el fondo el Turista ya conocía la imagen y de ella no podía decir nada nuevo…, nada distinto a que es una obra del Arte Universal que debe recomendarse a cualquier otro turista que vaya a París. Y aún sin conocer alguna de sus historias como tal y aún sintiéndose defraudado por ella, el Turista ha ido con otra historia que le dice rápidamente que se trata de una obra maestra de Leonardo Da Vinci y que hay cosas misteriosas en el cuadro que no se han podido descifrar. Es una historia tan hecha, tan construida, tan bien armada, tan propia, que ante el cuadro no solamente no se sorprende sino que evita tener la experiencia de estar frente al cuadro. Son pocos los que se dejan llevar por el hecho de tener la experiencia frente al cuadro. Son muchos los que han llevado la experiencia a priori y han posado ante la foto con una experiencia construida.
La Historia de Arte y el Museo se han encargado de construir para el turista una experiencia de antemano que hace que la experiencia real, aquella frente a la obra, sea una ficción. Los souvenires, los consejos de quienes nos despidieron en el aeropuerto antes de partir, los mapas de la ciudad, los letreros dentro del museo, y las pocas clases de historia del arte le crearon al Turista la idea de la experiencia estética antes de ver la obra y le han dicho que si alli frente a la Mona Lisa no es conciente de "Lo Bello", nunca lo será. El Turista piensa que es feliz... el Turista cree que se siente emocionado... el Turista opina con su pose que el viaje a valido la pena... pero en el fondo, todo ello no es más que una experiencia construida para el Turista desde otras instancias distintas a las que lo embargan en este momento.
Nadie vio el cuadro, y sin embargo todos estuvieron frente a él tomándose sendas fotos simulando la felicidad que previeron iban a sentir cuando estuviesen frente al cuadro. Y por no ver el cuadro, o, por verlo “de mentiras”, se dejó a un lado la verdadera experiencia de ver no solamente la obra en sí misma sino todo lo que estaba alrededor de ella…
(continuará: TURISTA DE ESPALDAS A LA MONALISA/ LO QUE ELLA VE Y LO QUE LOS DEMÁS NO MIRAN)