7 de octubre de 2010

EL BICENTENARIO POP / sobre el maltrato de una “identidad”


El Bicentenario Pop / pendones de Simón Bolívar y Antonio Nariño

Exposición hasta el 11 de octubre en la Plaza de Bolívar y hasta el 30 de noviembre de 2010 en diferentes localidades.


En 1930 sale publicado un libro del escritor japonés Yasunari Kawabata titulado en español: “La pandilla de Asakusa”.[1] En dicho libro se hace una suerte de revisión histórica de uno de los lugares emblemáticos del Tokio desde que se llamaba Edo (siglo XVII) hasta principios del siglo XX, donde se congregaba la gente a mercar, donde se creaban ambientes marginales de tradición, o donde nace el pueblo japonés. Después de muchos años en que Asakusa era lugar de todos, un aire denso de ilegalidad, de prostitución, de drogas y de juego la invadió; unido todo ello a la permisividad de todos los habitantes de una ciudad entregada a la modernidad occidental. No es esta revisión de Kawabata otra cosa distinta a una crítica sobre la manera como la ciudad, y Asakusa especialmente, se volvía un lugar desenfrenado sin tradición y sin norte, donde reinaban asuntos propios del caos modernista e individualista. Esta novela, recoge estos cambios y los contrarresta con la antigua Asakusa y con la extrañeza de quienes viven ese momento en que la tradición se reemplaza por cabarets, por cine y por lujuria. Será Kawabata junto con Mishima y con otros tantos escritores japoneses quienes promoverán una crítica sobre la forma como Japón se entrega sin filtros a la cultura occidental. De allí veremos que se han venido tejiendo confrontaciones acerca de problemas de identidad que han ayudado a no perder de vista la esencia de una cultura.

Me parece osado atreverme a introducir esta reflexión sobre el Bicentenario con la maestría de Kawabata pero en el momento no encuentro mejor ejemplo sobre cómo debatir una identidad tan difícil de descifrar. Nuestra tradición indígena está, desde hace muchos años, más que borrada… la indiferencia ha sido una de las armas más recurrentes para evitar el sólo nombramiento de un antepasado que nos corresponde. No siendo esto suficiente, también miramos de soslayo la tradición española, por un recuerdo colonial que no hemos aprendido a superar. Y finalmente, no aceptamos la tradición anglosajona más modernista, que tanto aquejaba a Kawabata. Por ende, la identidad a retazos que nos acompaña se resuelve en un sinnúmero de frustraciones llenas de rechazo y de inconformismo frente a la imagen que nos devuelve permanentemente el espejo. Ni españoles, ni gringos, ni indígenas, ni independientes, ni nada, pero todo ello a la vez.

Seguramente por lo anteriormente mencionado, la celebración del Bicentenario de la Independencia de Colombia ha desenmascarado tantas posturas en pro y en contra tratando de promover una idea acerca de nuestra identidad como colombianos. ¿Independientes de qué o de quien? Se preguntan muchos. Incluso ahora cuando más no acercamos a un sistema de pensamiento, de economía y de política global, ¿quién puede empezar a hablar acerca de independencias? ¿Es justo celebrar una independencia cuando no sabemos que ha sido de nosotros como independientes? Todas estas preguntas y muchas más que circulan desde hace un año por todos los medios, hacen que el vasto territorio de la independencia sea más una suerte de arena movediza que nos sumerge poco a poco. Aún así, sea válido, expresar que hubo una serie de batallas y que, a raíz de ellas, se demarcó temporal y espacialmente el ser colombiano. Y una de las tantas conmemoraciones de dichas fechas se lleva a cabo en la Plaza de Bolívar hasta estos días, para pasar luego a otras localidades en Bogotá. Se trata de unos pendones con imágenes de próceres de toda América pintados por famosos ilustradores que han sido contactados por la revista El Malpensante y por la Alcaldía de Bogotá[2]. Dado que se trata de ilustraciones hechas hoy día sobre personajes de antaño, los medios y la manera de acercarse visualmente a ellos es anacrónica aunque el choque de lenguajes pueda hacer de los personajes algo divertido. No por ello queda plenamente justificado el hecho de que podamos alegremente adjetivar la muestra como: Pop. De hecho, queda en el aire un tufillo ofensivo a la ingenuidad o al desconocimiento del espectador casual que pasa a diario por este simbólico lugar de Bogotá. ¿Podríamos catalogar algo colorido, por ese sólo hecho, como algo Pop? ¿Debido a que es novedosa la ilustración de estos personajes entonces le cabe el apelativo Pop? ¿Cuál pretende ser el mensaje de esta muestra cuando le decimos Pop?

No contentos con este desfase nominal que no hace más que confundir, o difundir un mensaje errado sobre el Pop, sobre el Bicentenario y sobre la imagen de cada pendón, encontramos que aquello que supuestamente estamos celebrando no es en sí una celebración sino el cumplimiento de un “deber ser”. No de otra manera se puede entender que quienes se ponen en el trabajo de entender el Bicentenario como una fecha digna de recordación, no hagan nada cuando los pendones se empiezan a deshacer. La imagen de Bolívar y de Nariño, para citar dos ejemplos categóricos, se están desgarrando desde hace días sin que los asista el menor acto de condolencia por las personas que allí transitamos. Ese desgarro, esa forma como se van cayendo, se van arrugando, resulta paradójica si uno se detiene a pensar en la forma como defendemos o como celebramos nuestra “identidad”.
Para finalizar, unas preguntas: ¿Quién dispuso el orden de las imágenes y el lugar de ubicación en la plaza? Ahora que estamos en “guerra” con el bolivarianismo, se destaca simbólicamente no solamente el hecho de que Bolívar ya no sea el centro, ni la sombra del centro, en su propia plaza, sino que adicional a ello, tengamos en un costado del Palacio de Justicia la figura de Georges Washington. Si estamos celebrando el Bicentenario: ¿ha sido justo el tratamiento que se le está dando? Una muestra tan sencilla, no ha podido ser más agresiva con la inteligencia, con la amorfa identidad, con la historia, con la plaza de Bolívar y con la “independencia” de todos los colombianos y turistas que por allí transitamos. Bien valdría la pena releer a Kawabata para entender cómo poéticamente podríamos jugar con estos elementos sin maltratarnos los unos a los otros.



[1] Kawabata, Yasunari. La pandilla de Asakusa, Emecé Editores, Buenso Aires, 2007. Hasta hace pocos años, este libro se conoce en Occidente. Es una de las primeras obras de Kawabata, por lo que los críticos coinciden en que no es la mejor de todas; esto motivó a que permaneciera oculta a nuestra lectura durante tanto tiempo.
[2] http://www.bicentenariopop.com/

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