Hace unos días salió publicada en primera página del periódico El Tiempo, la imagen del Papa Benedicto XVI llegando al Reino Unido, en la cual aparece su rostro cubierto por la manta de su vestido. El aire…, el viento, en un momento dado sopló y levantó la manta cubriéndolo y dejando un instante mínimo para que las lentes de todos los fotógrafos alrededor pudiesen capturar dicha imagen. Una imagen, si se quiere clasificar, normal, casual. El viento sopla y nunca ha dejado de soplar, pero particularmente en este caso, no es la primera vez que el viento sopla sobre el Papa. Desde que el Papa Juan Pablo II murió y mientras su funeral (abril 8 de 2005), los vientos le jugaron una mala pasada a todos los cardenales que estaban sentados durante la ceremonia. Desde ese instante, nadie podría suponer que el asunto del viento iba a ser protagonista del papado de Benedicto XVI.
Inaugurando su pontificado en el mismo año del nombramiento, le tocó enfrentar el viento en la ciudad alemana de Colonia. También se la ha visto en problemas con el viento en Austria durante el otoño del 2007. Pero últimamente a donde quiera que aparezca (Portugal, Ciudad de Vaticano, Brasil, EEUU o Reino Unido), el Papa se verá batallando permanentemente con el viento. Es esta casualidad la que me permite leer entre las imágenes, aprovechando aquella que salió en El Tiempo, que el Papa está siendo asediado por el viento. Y mientras iba encontrando dichas imágenes, leía apartes sobre los problemas serios que el sumo Pontífice está confrontando en todo el mundo católico.
Desde hace unos buenos años, se han venido sacando a la luz pública casos evidentes acerca de uno de los problemas más grandes que ha afrontado la iglesia católica: la pederastia. Ya se venía rumorando que algunos miembros de la iglesia se habían dejado tentar por “el diablo” y habían caído en las garras del deseo de la “carne”. También se rumoraba que algunos tenían doble vida: una como curas y otra como padres de familia, lo cual causaba cierta consternación entre las facciones más conservadoras de los países católicos de occidente. Lo que nunca se llegó siquiera a contemplar como posibilidad era el rumor de que muchos de estos promotores de la ética mundial, pasaban sus ratos libres abusando de la inocencia de miles de muchachitos convirtiéndolos en esclavos de sus inclinaciones reprimidas. Se oía aquello…., se cuestionaba aquello…, pero casi nunca se tomó en serio porque de alguna manera lo que se leía entre líneas era más un deseo de los liberales de atacar y de hundir la iglesia que de esclarecer una realidad. Nunca nos imaginamos que el clero escondía sus fechorías comprando juicios, pagando grandes sumas de dinero en conciliaciones con los afectados, trasladando a los victimarios a parroquias alejadas, y moviendo una que otra ficha política para evitar el escándalo. Esto se hizo bajo nuestra incrédula mirada durante años, hasta que la multiplicación de los casos hizo que se reventara la burbuja turbia que cubría a la iglesia. Muchos millones de dólares después, la organización eclesiástica tuvo que afrontar pública y penalmente la multiplicación de demandas de pederastia contra sus miembros. No es que estos problemas se hayan presentado durante el pontificado de Benedicto XVI, sino que es él quien los hereda del anterior (Juan Pablo II), como quien hereda una deuda impagable. Es en definitiva a él a quien le toca poner la cara frente a las demandas, y frente a una pregunta que asalta al mundo entero sobre la necesidad de continuar alegando el celibato como una condición para ejercer las funciones de ministro de la iglesia católica. ¿Qué necesidad hay de mantener este celibato? Es urgente en estos días promover la idea de que el sexo es una fuente vital en el ser humano. O, ¿hasta dónde hemos llegado, qué límites hemos tocado, para encontrarnos hoy día ya no con curas padres y amantes sino con curas pederastas? Decía que era al Papa Benedicto XVI a quien le ha tocado poner la cara por todo lo que ha venido pasando, pero su actitud ha sido demasiado benevolente y hasta convenientemente ausente. Por ello, la imagen del Papa en la cual su rostro es invisible, es inaccesible, en el cual se oculta toda una verdad inocultable no puede ser más simbólica. Es una imagen sobre la cual vale la pena entender lo lejos que ha llegado la estructura de la iglesia con respecto a sí misma, a sus miembros. El viento ha sido, en estos casos, tan incisivo en tapar el rostro del sumo pontífice, que bien podríamos suponer que la vergüenza que tanto debería tener la iglesia, el viento se la pone de manifiesto. El viento nos muestra la actitud que el Papa ha tenido frente a las gruesas demandas que le llueven a la iglesia. El Papa no ve ni se deja ver, y el viento… tan invisible, hace que el gesto del Papa sea el mismo que se ve en todas las personas que deben una explicación a la justicia. Quien pudiera creer que el viento fuera tan irónico.
Desde hace unos buenos años, se han venido sacando a la luz pública casos evidentes acerca de uno de los problemas más grandes que ha afrontado la iglesia católica: la pederastia. Ya se venía rumorando que algunos miembros de la iglesia se habían dejado tentar por “el diablo” y habían caído en las garras del deseo de la “carne”. También se rumoraba que algunos tenían doble vida: una como curas y otra como padres de familia, lo cual causaba cierta consternación entre las facciones más conservadoras de los países católicos de occidente. Lo que nunca se llegó siquiera a contemplar como posibilidad era el rumor de que muchos de estos promotores de la ética mundial, pasaban sus ratos libres abusando de la inocencia de miles de muchachitos convirtiéndolos en esclavos de sus inclinaciones reprimidas. Se oía aquello…., se cuestionaba aquello…, pero casi nunca se tomó en serio porque de alguna manera lo que se leía entre líneas era más un deseo de los liberales de atacar y de hundir la iglesia que de esclarecer una realidad. Nunca nos imaginamos que el clero escondía sus fechorías comprando juicios, pagando grandes sumas de dinero en conciliaciones con los afectados, trasladando a los victimarios a parroquias alejadas, y moviendo una que otra ficha política para evitar el escándalo. Esto se hizo bajo nuestra incrédula mirada durante años, hasta que la multiplicación de los casos hizo que se reventara la burbuja turbia que cubría a la iglesia. Muchos millones de dólares después, la organización eclesiástica tuvo que afrontar pública y penalmente la multiplicación de demandas de pederastia contra sus miembros. No es que estos problemas se hayan presentado durante el pontificado de Benedicto XVI, sino que es él quien los hereda del anterior (Juan Pablo II), como quien hereda una deuda impagable. Es en definitiva a él a quien le toca poner la cara frente a las demandas, y frente a una pregunta que asalta al mundo entero sobre la necesidad de continuar alegando el celibato como una condición para ejercer las funciones de ministro de la iglesia católica. ¿Qué necesidad hay de mantener este celibato? Es urgente en estos días promover la idea de que el sexo es una fuente vital en el ser humano. O, ¿hasta dónde hemos llegado, qué límites hemos tocado, para encontrarnos hoy día ya no con curas padres y amantes sino con curas pederastas? Decía que era al Papa Benedicto XVI a quien le ha tocado poner la cara por todo lo que ha venido pasando, pero su actitud ha sido demasiado benevolente y hasta convenientemente ausente. Por ello, la imagen del Papa en la cual su rostro es invisible, es inaccesible, en el cual se oculta toda una verdad inocultable no puede ser más simbólica. Es una imagen sobre la cual vale la pena entender lo lejos que ha llegado la estructura de la iglesia con respecto a sí misma, a sus miembros. El viento ha sido, en estos casos, tan incisivo en tapar el rostro del sumo pontífice, que bien podríamos suponer que la vergüenza que tanto debería tener la iglesia, el viento se la pone de manifiesto. El viento nos muestra la actitud que el Papa ha tenido frente a las gruesas demandas que le llueven a la iglesia. El Papa no ve ni se deja ver, y el viento… tan invisible, hace que el gesto del Papa sea el mismo que se ve en todas las personas que deben una explicación a la justicia. Quien pudiera creer que el viento fuera tan irónico.
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