13 de septiembre de 2010

ROSARIO LÓPEZ / Lo informe y la nada arrugada

Exposición individual “lo informe y el límite”
Galería Casas Reigner, Bogotá
Abierta hasta el 10 de octubre



Cada vez que la artista Rosario López hace alguna intervención nos queda la sensación de que no hemos visto toda la muestra, que hay algo escondido que hace falta por develar, o que en su taller se están maquinando más cosas mientras el evento está sucediendo. Pues bien, esta nueva exposición no escapa a esta premisa. Hay fotografías, hay dibujos, hay objetos y hay con todo ello, una instalación hecha en todos los espacios del primer piso de la Galería Casas Reigner que hace que no sea simplemente un recorrido a ver, como espectadores, una serie de obras, sino que se trate de una experiencia del cuerpo con el espacio allí creado… transformado. El título de su nuevo trabajo “lo informe y el límite”, es apenas un abrebocas sobre la conciencia que tiene la artista en la toma de decisiones a la hora de hacer y de mostrar su obra. Lo informe como aquel concepto tan trabajado por Bataille
[1] nos refiere a las extrañezas que se reflejan permanentemente en la naturaleza. Vale la pena recordar que Bataille hace un diccionario que busca resignificar, a partir del uso de las palabras, su propio contenido. De allí sale un bello significado sobre “lo informe”, que acompaña el cuerpo en una serie de dicotomías sobre la mística en lo abyecto, en lo que no tiene forma determinada pero que siempre semejará lo más bajo del ser humano, lo más nauseabundo. Y no que en la muestra vayamos a entrar en terrenos explícitos de lo abyecto, pero seguramente cuando hablo de que en López hay siempre algo escondido, pienso inmediatamente en que aquello que no nos está mostrando, aquello que apenas se asoma para jugar con nuestra percepción, está íntimamente ligado a ese término. Posiblemente, para cerrar en bucle este campo, López hace referencia al límite como el momento en que se menciona un estado perceptivo donde lo más importante en la imagen es el choque que pueda haber entre el cuerpo que la mira y la esencia (informe) que insinúa.

De acuerdo con lo anterior, podríamos hacer referencia al mismo hecho, ya mencionado anteriormente, sobre el cual consideramos la muestra como una propuesta de percepción con el espacio de exposición. No es el hecho de que López haya sido particularmente sensible a los espacios donde ha trabajado (el Salar de Uyuni en Bolivia, los paisajes milenarios de la Patagonia argentina o las extrañas arrugas (pliegues deleuzianos) en los Altos de Menegua en el Meta colombiano…), no, seguramente no se trata únicamente de ello, sino de traernos con ello una forma de vernos reflejados en el paisaje, de ver cuerpos que buscan desesperadamente una forma y no lo logran nunca a pesar de ellos mismos, a pesar de su propio esfuerzo. López, logra invitar al cuerpo del espectador a fundirse con el espacio y a recorrer en su misma maleabilidad corporal el tiempo del que esta-(mos) hecho(s). El paisaje se ve, ya no como un allá lejano, sino como una fusión de nosotros mismos con él. Podríamos atrevernos a decir que en esta instalación no podemos diferenciar si yo soy una extensión del paisaje o el paisaje es una extensión mía. El cuerpo, en cualquiera de los dos casos se funde en él, o con él, haciendo que veamos en esas imágenes lo inacabados que somos, el proceso permanente en el que estamos construyéndonos. Podríamos asegurar con estas imágenes y con la incertidumbre que se cierne sobre nosotros en dicha instalación, que nuestro inmediato presente del cual nos vanagloriamos y del cual hacemos tan eufóricas apologías, no son más que sutiles pliegues en un entramado milenario que hemos venido construyendo y destruyendo con el afán de crecer. Qué ilógica es la naturaleza cuando la comparamos con el ser humano. .., y qué absurdo el ser humano cuando tratamos de entender, bajo nuestros rigores de tiempo, algo natural.

Hay, entre todas estas imágenes que destellan osadía y cuestionamientos, unas pequeñas urnas con unos dibujitos destacados de las baldosas informes que se hacen en el piso salado de Uyuni. Estos dibujos se han troquelado para que queden solamente las líneas vacías atadas unas con otras manifestándose en su fragilidad como agentes de cohesión. Seguramente, lo más interesante de dichos dibujitos troquelados no es solamente su tamaño vaporoso, sino el pliegue que se forma en cada urna transparente. La luz incide sobre ellos de tal forma que no solamente proyecta la sombra esquiva de sus enlaces, sino que se entremezclan con ella las sombras de los bordes del contenedor. Dado que hay varios focos de luz, dicho protagonismo de la sombra se realza a tal punto que vemos sombras de contenedores tratando de atrapar sombras de contenidos que a su vez están hechos de vacíos o espectros de la naturaleza. La urna se despliega mil veces haciendo relevante el vacío que contiene. Es decir la urna contiene en sí misma, con sus sombras y sus pliegues y sus transparencias: la nada. Una nada arrugada, sencilla, casi que angustiantemente milenaria porque sitúa el cuerpo como reflejo de ella. Esa ha sido la apuesta de López en esta exposición que vale la pena visitar no para verla sino para verse en ella y a través de ella... y de paso, para preguntarse, qué es lo que en este campo de percepción no estamos viendo.


[1][1] Georges Bataille, “la conjuración sagrada” (Ensayos 1929-1939), traducido del francés por Silvio Mattoni, Adriana Hidalgo Editores, Buenos Aires, 2003, p. 55. hace un diccionario que busca resignificar, a partir del uso de las palabras, las palabras mismas. De allí sale un bello significado sobre “lo informe”, que acompaña el cuerpo en una serie de dicotomías sobre la mística en lo abyecto, en lo que no tiene forma determinada pero que siempre se va a parecer a los más bajo del ser humano.

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