Análisis de la exposición de Fazal Sheikh
Casa de Moneda, Manzana Cultural
Banco de la República
febrero de 2010
Agradecimientos especiales al artista Fazal Sheikh por el premiso para la publicación de estas imágenes.
No es sino entrar a la exposición de Fazal Sheikh en la Casa de Moneda del Banco de la República (abierta hasta el 28 de marzo) para sentir que aquellas imágenes documentales tomadas con su cámara fotográfica en diferentes países donde la violencia es un término cotidiano, no están tan lejos de lo que aquí se vive en Colombia. Mujeres maltratadas (léase: incineradas, decapitadas, mutiladas, etc) por sus maridos porque, guardando la poca dignidad que les queda, se niegan a cumplir con una tarea impuesta por ellos. Niños abandonados, o vendidos al mejor postor. Campos atestados de muchachos que quedaron huérfanos de una guerra que todavía no han logrado asimilar, o acaso de un conflicto que no han podido entender. ¿Qué tanto se puede asimilar y neutralizar un acto violento? ¿Qué tanto se puede entender la barbarie? Las diferentes series de fotografías en blanco y negro de Fazal Sheikh ahondan en el drama que se vive en lugares donde la sonrisa dejó de existir desde hace mucho tiempo.
La cámara se concentra en unos primeros planos de niños y en su disparo, registra un mutismo desesperante. Quedan enfocados los ojos y el resto del rostro va desapareciendo en la medida en que nada más pareciera interesarle a Sheikh. Los cabellos sueltos y arremolinados, el cuello y lo que se alcanza a descubrir de sus ropas, el lugar donde fueron fotografiados, nada de esto queda plenamente enfocado… solamente sus ojos. Y estos ojos ven al fotógrafo. Nada de sonrisas para el fotógrafo. Solamente mutismo.
Debe dar tristeza verse reflejado en lo único que realmente resulta visible de la imagen. Debe dar angustia saberse parte de un espejo que ya no quiere sonreir a la cámara y que su tragedia, en cambio, resulta siendo parte de la mía… de la del fotógrafo y de la mía como espectador. No es una mirada que recrimine ni que juzgue, sino tan sólo una mirada perdida que obliga a escudriñar un pasado ausente de afectos y un presente lleno de presente inmóvil.
Y así vamos recorriendo toda la muestra donde hay historias interminables de diversos contactos con el dolor, y a medida que avanzamos vamos quedando exhaustos de sabernos tan humanos como aquellos que han sido registrados por Sheikh, pero tan extraños a ellos mismos dado que nuestra mirada se refleja en la de ellos sin lograr penetrar el frío que emanan esos espejos.
La cámara se concentra en unos primeros planos de niños y en su disparo, registra un mutismo desesperante. Quedan enfocados los ojos y el resto del rostro va desapareciendo en la medida en que nada más pareciera interesarle a Sheikh. Los cabellos sueltos y arremolinados, el cuello y lo que se alcanza a descubrir de sus ropas, el lugar donde fueron fotografiados, nada de esto queda plenamente enfocado… solamente sus ojos. Y estos ojos ven al fotógrafo. Nada de sonrisas para el fotógrafo. Solamente mutismo.
Debe dar tristeza verse reflejado en lo único que realmente resulta visible de la imagen. Debe dar angustia saberse parte de un espejo que ya no quiere sonreir a la cámara y que su tragedia, en cambio, resulta siendo parte de la mía… de la del fotógrafo y de la mía como espectador. No es una mirada que recrimine ni que juzgue, sino tan sólo una mirada perdida que obliga a escudriñar un pasado ausente de afectos y un presente lleno de presente inmóvil.
Y así vamos recorriendo toda la muestra donde hay historias interminables de diversos contactos con el dolor, y a medida que avanzamos vamos quedando exhaustos de sabernos tan humanos como aquellos que han sido registrados por Sheikh, pero tan extraños a ellos mismos dado que nuestra mirada se refleja en la de ellos sin lograr penetrar el frío que emanan esos espejos.
Finalmente llegamos a enfrentarnos a una imagen cuyo pie de foto dice: “DOTIZHI TENFAR, consejero mozambiqueño, con el líder de la sección Abiri Bande”. Dicha imagen nos muestra al líder del grupo sentado y mirando de frente a la cámara, mientras el viejo Ditizhi Tenfar está de pie sonriendo. Al fondo veremos a un grupo de refugiados que deja adivinar su condición actual. Es un grupo que no hace nada, que espera algo que ellos mismos saben que es factible que nunca llegará: la recuperación de sus tierras y de sus familiares cercanos. A pesar de todo ello, Tenfar sonríe. Ha llegado a la vejez, habrá visto y habrá vivido tanto que lo único que le resta para regalar en esta imagen es una sonrisa que lo hace sabio y que lo hace fuerte frente a la ausencia de sonrisas en toda la exposición. Dice Bataille que “la risa supone la ausencia de una verdadera angustia y, sin embargo, no tiene otro origen que la angustia”(1). Tenfar nos ha regalado en esta imagen capturada por Sheikh algo que uno como espectador necesita: encontrar lo humana que es su propia angustia y lo bello que puede ser dejarla ver al borde de las lágrimas y en medio de la incertidumbre. En esta imagen podríamos eventualmente llegar al punto intermedio entre la risa y las lágrimas…. Una sonrisa del viejo que evoca una alegría angustiante que solamente se puede registrar por un fotógrafo como Sheikh y en un lugar desterrado de la vida.
Andrés Gaitán Tobar
Fazal Sheikh nació en Nueva York en 1965. Hijo de padre paquistaní, resolvió un día acercarse a sus raíces en la frontera con Afganistán para registrar esa realidad que hizo que él naciera en otro lugar del mundo. Desde entonces ha viajado por países y regiones de todo el mundo donde suceden casos similares, tales como: India, Bosnia, Brasil, Somalia y Kenia, entre otros.
Andrés Gaitán Tobar
Fazal Sheikh nació en Nueva York en 1965. Hijo de padre paquistaní, resolvió un día acercarse a sus raíces en la frontera con Afganistán para registrar esa realidad que hizo que él naciera en otro lugar del mundo. Desde entonces ha viajado por países y regiones de todo el mundo donde suceden casos similares, tales como: India, Bosnia, Brasil, Somalia y Kenia, entre otros.
(1) BATAILLE, GEORGES. El Aleluya y otros textos, Alianza Editorial S.A., Madrid, 1988. p. 33.
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