23 de septiembre de 2012

MÓNICA GÓMEZ / Sobre cómo decir sin mostrar


Fotografía de Mónica Gómez

Exposición Colectiva "El Retrato"
Participan en esta exposición: Alfonso Álvarez, Santiago Forero, Sergio Trujillo Magnenat, Eddy Galvis, Manuel Sánchez, Alicia Viteri y en la Sala de Homenajes: Juan Antonio Roda.
desde agosto 30 hasta septiembre 29 de 2012
Rojo Galería (Carrera 12 A No 78 - 70)

Luego de un estudio serio acerca del rol de la mujer y del significado de la palabra “mujer” en la historia de la humanidad, la joven artista Mónica Gómez nos presenta unos retratos en fotografía. La particularidad de estos retratos y autorretratos, como ella misma lo expresa, es que se trata de unas imágenes de mujeres cuyo rostro cubierto nos impide establecer una identificación plena en el sentido más ortodoxo. El rostro que es la parte que se desnuda ante la mirada del “otro” y que es la que nos permite establecer algún tipo de identificación y de diferenciación entre unos y otros, se esconde en estas imágenes para dejarnos la inquietud acerca del porqué deben ser leídas como unos retratos.

Veamos en detalle lo que Gómez nos enseña: sus retratos o autorretratos de mujeres a quienes no les vemos el rostro buscan una manera distinta de acercarse a ellas o de acercarse a sí misma. No encontramos, entonces, en Mónica Gómez, una identificación fotográfica común en la que no cuenta mucho acerca de la persona, sino un ángulo que evade el precepto de que el rostro es el alma de la persona para acercarse aún más a la esencia de la persona retratada…, que en este caso y de manera crítica es “la mujer”. Una mujer cubierta cuyos índices femeninos se dan por la forma que se percibe en la silueta, por una mano que sobresale o por el “tocado” que tiene cada una de ellas. ¿Qué pasa cuando el rostro desaparece para mostrarnos otros roles que hablan mucho más que el mismo rostro? ¿Qué pasa cuando el rol representado es el mismo que uno ejecuta día tras día? La ironía sobresale justo en el instante en que, dentro de una suerte de teatro dramático, estas mujeres son retratadas como sí mismas.
Fotografía de Mónica Gómez
Fotografía de Mónica Gómez

Como respuesta a la pregunta acerca del origen y de la decisión en los “tocados”, Gómez nos responde que todo esto surgió espontáneamente luego de la revisión de los nombres y marcas de gran cantidad de productos de aseo y de cocina: la gran mayoría de ellos resultaban femeninos, lo que le hizo pensar en la posibilidad de generar unas hibridaciones que confluyeron finalmente en estos “tocados”. De allí a resolverlos en una mujer “desidentificada”, de allí a generar una limpieza en el alrededor de la imagen, o de allí a construir esos mismos “tocados” para que realmente surjan “naturalmente” de la cabeza de la mujer retratada es la labor, en el campo de la construcción de imagen, más importante de la artista. De dicha hibridación, por ende, surge una forma de “identificar”, a partir del oficio, a dicha mujer “desidentificada”. Mujer, en este caso, ya deja de ser belleza y se convierte en mujer de casa, de oficio, de madre, de hogar. Unamos lo anterior, al hecho de que sobresale el “tocado” de una cubierta que nos señala el hogar: cobertor, sábana, cortina, mantel. Todos ellos cubren algo, y en este caso en particular aíslan…., mujer aislada en su rol interior del hogar: el oficio nos señala su tipo de asfixia o de encierro. Sin tener que ver el rostro de la mujer retratada, ya me está diciendo cada retrato más de lo que podría esperar.
Bia, La Hija Ilegítima de Cosimo I de Medici
Bronzino, aprox. 1542. Galería de los Oficios 
Finalmente quisiera que revisáramos que estos retratos de Gómez, a pesar del tiempo transcurrido, no se distancian mucho de los retratos manieristas. Es como si volviéramos desde otros ángulos a revivir una situación similar a aquellos tiempos del siglo XVI, en los que se había vivido ya unos momentos insuperables renacentistas. Fijémonos en los retratos tardíos de un Miguel Ángel, de un Rafael, o de un Bronzino, este último como uno de los más fieles exponentes del manierismo italiano. No poco se ha dicho que en ellos se empezó a generar una mirada amplia del retrato que evitó centrarse única y exclusivamente en el parecido físico de la persona retratada sino que incluyó y le dio más importancia a sus vestidos y pertenencias. Es decir, en aquellos retratos lo que primó fue la mirada precisa e incisiva sobre el vestido, las alhajas y el tocado de quien se retrataba. Se precisaba que estos elementos retrataban mejor a la persona que el acercamiento estricto a su fisonomía, puesto, que ellos sí nos contaban su posición social, sus gustos, sus preferencias religiosas, su elegancia en el peinado y en las telas de los vestidos, etc. En estos componentes se podían leer tantas cosas que se lograba un mejor retrato; más aún, teniendo en cuenta que el aspecto fisonómico siempre tendía a tratar de “embellecer” al ser retratado, lo cual se alejaba de la realidad.

Podríamos concluir que estos retratos del siglo XXI en fotografía de Mónica Gómez se insertan en una extraña y sutil lectura sobre problemáticas de género, sobre vidas de mujeres, sobre asfixias sociales totalmente contemporáneas, pero que la forma en que se muestran nos devuelve a otros tiempos, haciendo de ellos un juego cálido con la historia del arte. Pueda ser que esta suerte de anacronismo contribuya a enriquecer tanto la lectura que logremos hacer de sus retratos así como el devenir de su propuesta artística.

Andrés Gaitán T.