26 de octubre de 2010

ÁLVARO BARRIOS / momentos lumínicos de creación

"Aunque Ud No Lo Crea"
Exposición Individual de Álvaro Barrios
Galería Alonso Garcés (Bogotá)
Hasta Noviembre 6 de 2010
Abierto de Lunes a Viernes de 10 A.M - 6 P.M
Sabado de 10 A.M - 2 P.M
Carrera 5a. No. 26-92 Bogota, Colombia

Podríamos empezar por Duchamp; por la famosa “Fuente” de Duchamp: un orinal que este artista francés compró en una tienda y que presentó en una exposición hace cerca de un siglo dando lugar al Ready-made como objeto artístico, donde la reflexión que acompaña un acto se convierte en sí como un principio estético.  Dicho acto, el de llevar un objeto ya hecho a un espacio museográfico, nos conduce a un cuestionamiento sobre todo aquello que estamos acostumbrados a nombrar en el campo de las artes como: la originalidad y la autoridad que tiene un museo de nombrar qué es arte. Su obra, que presenta y firma como R. Mutt, dado que fue él quien diseñó el orinal, se “esquineó” en el lugar de exhibición. Nadie sabía que en la firma R. Mutt estaba escondido Marcel Duchamp.

Podríamos empezar también con otra obra de Duchamp: aquella en que se viste de mujer, se toma una fotografía señalando de esta manera que Rrose Sélavy (alter ego femenino de Marcel Duchamp) es tan real como Marcel Ducamp. Rrose Sélavy es una artista “independiente” de Marcel Duchamp. Hace sus propias obras, escribe sus propios pensamientos y, dada la foto, existe!!! es de carne y hueso!!!

 Continuemos entonces con el acto de sustitución. Reemplazarse a sí mismo por su hermano durante cinco años para presentar obras en su nombre es algo que hizo el artista barranquillero Álvaro Barrios iniciando la década de los 80’s. Su hermano, o mejor dicho: él mismo sustituyéndose por su hermano, Javier Barrios, participó en exposiciones en las cuales los expertos le otorgaron premios o lo criticaron de “malo” frente a la obra del artista ya conocido (Álvaro Barrios). 
Izq. Marcel Duchamp como Rrose Sélavy.                         Der. A. Barrios como J. Barrios como M. Duchamp como Rrose Sélavy
Lo cierto era que Javier era Álvaro. Tal vez un Álvaro que empezaba en carne propia a sustituirse por otro durante mucho tiempo para entrar en un mundo riesgoso lleno de posturas puritanas y prejuiciosas del arte. Porque en últimas se está generando, con esta sustitución una confrontación de marras frente a qué es lo que más prima en una exposición: ¿La obra o el artista? Y de paso, ¿la reflexión o el estilo? Sin embargo veamos con precisión cómo fue que se desenmascaró la impostura: en el año de 1986, Álvaro Barrios hace una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Allí aparece una fotografía de él disfrazado de Rrose Sélavy (la famosa fotografía de Marcel Duchamp). La ficha técnica decía: “Álvaro Barrios como Javier Barrios como Marcel Duchamp como Rrose Sélavy”. Una triple sustitución: el reemplazo del papel del alter ego femenino de un artista francés. Un trabalenguas que ha sabido manejar este artista barranquillero durante décadas en toda su producción artística y que nos rememora en su esencia, cómo el juego de sustituciones puede cuestionar realidades o verdades implantadas por medio de políticas y patrones culturales a nivel mundial. 

Reemplazar a alguien, o sustituirse por otro, no es sencillamente el acto de cambiar de roles en una obra momentánea, sino de buscar otras personas dentro de uno mismo. De alguna manera lo que sucede es que el ego, aquel gran ego que trata de mantener un estado de ORIGINALIDADES permanentes en su obra para crear un “estilo propio”, va desapareciendo. Ya no se trata de buscar al autor y sus fantasías, ni de reconocerlo por sus trazos y sus matices, sino de entablar un diálogo directo con lo que se tiene enfrente cuando se observa una obra. Es decir: a nadie le importa realmente quien es R. Mutt, el que diseñó el orinal, ni mucho menos saber si cuando Duchamp tuvo la idea de mostrarlo como “obra de arte” en una exposición, se debía a procesos escatológicos propios. O si Álvaro Barrios se la pasa leyendo cómics o es un coleccionista acérrimo de la obra de Duchamp.

Desde entonces, Álvaro Barrios hace “cosas” ya hechas. Es algo que él ha citado[1] como el Ready-made recíproco. Es, de esta manera, como Álvaro Barrios va desapareciendo poco a poco en sus cuadros y nos va dejando una historia del arte descompuesta, digerida entre sus fauces carnívoras, antropofágicas[2]. Toma lo que no es de él. Come lo que no es de él. Digiere lo que no es de él y junta dos o tres imágenes ya hechas para que nazca una confrontación entre el espectador y la historia del arte.  Esta muestra titulada “Aunque Ud. No Lo Crea” es casi un chiste, sino fuera porque duelen cada una de sus constantes punzadas. Álvaro Barrios inventa un trofeo que es una copia de la “Fuente” de Duchamp (metálica, “trofeística”),  y con ella se concede a sí mismo el premio al mejor artista en la placa que acompaña este trofeo:
“Marcel Duchamp Champion Cup”
Awarded to
ÁLVARO BARRIOS
Accrediting him as
“THE WORLD’S MOST PERFECTLY DEVELOPED ARTIST”
On October 27. 2011

Analizando viejas historietas, Barrios, saca provecho de una frase en la que se resaltan los procesos de cambio, al comprar un producto, al someterse a un tratamiento novedoso o a informes sobre aquello que ha sucedido de manera extraordinaria: “Aunque Ud No Lo Crea” es una frase que nos acompaña desde hace tanto tiempo en el mercado que se ha convertido en un cliché comercial. Esta frase acompañada de dibujos de Tom of Finland (fundamentalmente), son los recursos de Barrios para cambiar la historia del arte y para darle un giro que cuestiona el momento “lumínico de creación” que toca solamente algunos artistas[3].La historia del arte moderno está llena de preguntas sobre cuál fue el momento en el cual un artista u otro surgió en la esfera del Gran Arte. Pues bien, la respuesta se puede encontrar en estas historias contadas por Álvaro Barrios. En todas ellas, se hace un recuento del momento bajo el cual, un artista famoso (Jeff Koons, Damien Hirst, Maurizio Cattelan, Sigmar Polke, etc) se iluminó para cambiar su perfil de “artista mediocre” a “artista reconocido”. Y en todas ellas se hace mención del galardón que se les ha entregado por su labor “lumínica”: el trofeo del orinal de Duchamp, ganado a su vez por Álvaro Barrios en el 2011!!!

Por todas estas preguntas que acompañan desde siempre su producción artística, bien vale la pena ver cómo Álvaro Barrios se erige a sí mismo como ganador de un premio que él mismo creó, y que ha servido para, de manera metafórica reseñada en sus cuadros, ofrecérselo a otros artistas de talla mundial.

Lo curioso del caso es que los dos trofeos (orinales) que se muestran en la exposición, ya están vendidos.

Andrés Gaitán Tobar



[1] Álvaro Barrios. Orígenes del Arte Conceptual en Colombia, Publicado por el I.D.C.T., Premio de Ensayo Histórico, Teórico o Crítico, El Arte Colombiano de Fin de Milenio. Convocatoria de 1999.
[2] Entendiendo este concepto de antropofagia con aquel expuesto por el brasileño Oswald de Andrade en su manifiesto antropofágico.
[3] Texto que se encuentra como introducción a la exposición. Escrito por el mismo Álvaro Barrios.

21 de octubre de 2010

JESÚS ABAD COLORADO / el nacimiento angustioso de la fotografía

Claudia Yvonne Torres
mujer desaparecida en el departamento del Magdalena
Fotografía de Jesús Abad Colorado (2009)

Exposición abierta hasta el 30 de enero de 2011
Sala de Exposiciones Bibliográficas
Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá

Existe una leyenda de épocas remotas que trata sobre Dibutade: una mujer corintia hija de un alfarero, cuyo marido salió a la guerra. Para ella contar con su presencia y recordarlo mientras volvía o mientras moría, antes de que saliera de campaña y ayudada de una lámpara de aceite, proyectó su sombra en la pared y dibujó su silueta. Luego Boutades, su padre, levantaría con arcilla un relieve sobre la silueta dando lugar, de esta manera padre e hija, al nacimiento del dibujo y de la escultura.

Dibujo en grafito y tiza de Joseph-Benoit Suvée (1791)

Esta breve aunque bonita historia nos enseña a mirar el dibujo de una manera distinta. El nacimiento del dibujo, como bien se ha plasmado en diversos cuadros del siglo XVIII, tuvo un motivo no solamente de amor sino de recuerdo…, de ruptura, o si se quiere de pérdida. ¿Cómo hacer para que quien vaya a la guerra nos deje una idea de lo que fue? ¿Cómo asumir la muerte antes de que ésta se produzca y ponerla en evidencia sobre una pared? El tiempo ha pasado y nació la fotografía. Y desde que nació hemos leído innumerables ensayos (Philippe Dubois, Roland Barthes, etc) sobre el peso que tiene lo fotográfico con la muerte y con el duelo. No es un duelo cualquiera expondrían unos…, se trata de un duelo sobre el presente que se nos escapa: la fotografía ayuda a mantener vivo ese instante. Pero tampoco se trata de cualquier muerte, sino de una apología al momento vivo, a la permanencia de carácter monumental, es decir, de trascendencia, que perdura más allá de la muerte de una persona, manteniéndola viva. Desde el instante en que nace la fotografía, nace una nueva constancia sobre la muerte y sobre lo efímero.

Contando con esta introducción, podemos citar a uno de los fotógrafos colombianos que, de manera documental, más ha trabajado en el campo de la violencia en el país: Jesús Abad Colorado. Su recorrido con la lente le ha valido un reconocimiento en todo el mundo por la capacidad que ha tenido en el hecho de narrar historias que muchos de nosotros, quienes vivimos “aislados” de lo violento, no tendremos nunca la oportunidad de ver o entender. Gracias a sus imágenes podemos acercarnos a tocar algo de otras realidades que aquejan al país y que nos pertenecen como nación. Pues bien, ahora se nos presenta una serie de fotografías de Abad Colorado que junto con documentos y relatos, conforman una exposición que acompaña el informe de investigación 'Bahía Portete: Mujeres wayuu en la mira.[1]

Al inicio de la muestra hay una imagen de una mano de una mujer, por la sombra que proyecta en la pared, sosteniendo, a su vez, la imagen fotográfica de identidad de Claudia Yvonne Torres, mujer desaparecida en el departamento del Magdalena. No se habría podido escoger mejor imagen para dar inicio a una escalofriante muestra donde podemos leer cómo la fotografía es parte fundamental de quienes han perdido a sus seres queridos. Sin embargo, como veremos en muchas de estas imágenes, no se trata del hecho fotográfico que pretende perdurar en el tiempo, sino, en su gran mayoría, de fotografías que, en su momento, pretendieron tomarse como identificación para un documento, para tramitar un carnet o una cédula o un pasaporte o para pasar una hoja de vida. La finalidad de este sinnúmero de fotografías que los dolientes tienen en sus manos eran fotografías que pretendían identificar a la persona que hacía el trámite..., ahora dicha imagen cambió de uso, cambió de signo. Así como a Dibutade le quedó la silueta de su marido dibujada en la pared, ahora a miles de colombianos les queda un registro fotográfico de identidad. Sin embargo, la finalidad de Dibutade estaba intrínsecamente relacionada con la partida, con el dolor y con la muerte…, para quienes hacen parte de este doloroso presente, se trataba de una imagen que constataba la vida de una persona. Todo cambió: Antes, como huella de vida. Ahora, como vestigio de muerte. Si bien es cierto que el duelo acompaña a la fotografía desde sus inicios, sea este el momento de destacar que con este asunto fotográfico ya no se anuncia la vida sino la muerte. La sombra de una mujer viva sostiene en su mano un angustiante presagio fotográfico. Jesús Abad Colorado captura esta imagen y nos deja el sinsabor de cómo los tiempos van transformando la percepción de la vida y de la muerte. Su trabajo consiste, en esta muestra, en registrar una lucha permanente entre la vida y la muerte, y en cómo la fotografía cambia esta percepción: el gesto…. el gesto registrado de alguien con una imagen fotográfica de algún ser amado en la mano es la mejor seña de ello.

Roland Everths Fince y Alberto Everths Uriana integrantes de la comunidad de Bahía Portete, asesinados el 1 de febrero de 2004

Fotografía de Jesús Abad Colorado, 2009



[1] http://memoriahistorica-cnrr.org.co/archivos/arc_docum/informe_bahia_portete.pdf
Junto con este informe se instaló la última semana de septiembre la III Semana por la Memoria del Grupo de Memoria Histórica en el cual hace parte Jesús Abad Colorado. La exposición Memorias y huellas de la guerra: resistencias de las mujeres en el Caribe colombiano también hace parte de los eventos anexos a esta semana, aunque estará abierta hasta el 30 de enero de 2011.

7 de octubre de 2010

EL BICENTENARIO POP / sobre el maltrato de una “identidad”


El Bicentenario Pop / pendones de Simón Bolívar y Antonio Nariño

Exposición hasta el 11 de octubre en la Plaza de Bolívar y hasta el 30 de noviembre de 2010 en diferentes localidades.


En 1930 sale publicado un libro del escritor japonés Yasunari Kawabata titulado en español: “La pandilla de Asakusa”.[1] En dicho libro se hace una suerte de revisión histórica de uno de los lugares emblemáticos del Tokio desde que se llamaba Edo (siglo XVII) hasta principios del siglo XX, donde se congregaba la gente a mercar, donde se creaban ambientes marginales de tradición, o donde nace el pueblo japonés. Después de muchos años en que Asakusa era lugar de todos, un aire denso de ilegalidad, de prostitución, de drogas y de juego la invadió; unido todo ello a la permisividad de todos los habitantes de una ciudad entregada a la modernidad occidental. No es esta revisión de Kawabata otra cosa distinta a una crítica sobre la manera como la ciudad, y Asakusa especialmente, se volvía un lugar desenfrenado sin tradición y sin norte, donde reinaban asuntos propios del caos modernista e individualista. Esta novela, recoge estos cambios y los contrarresta con la antigua Asakusa y con la extrañeza de quienes viven ese momento en que la tradición se reemplaza por cabarets, por cine y por lujuria. Será Kawabata junto con Mishima y con otros tantos escritores japoneses quienes promoverán una crítica sobre la forma como Japón se entrega sin filtros a la cultura occidental. De allí veremos que se han venido tejiendo confrontaciones acerca de problemas de identidad que han ayudado a no perder de vista la esencia de una cultura.

Me parece osado atreverme a introducir esta reflexión sobre el Bicentenario con la maestría de Kawabata pero en el momento no encuentro mejor ejemplo sobre cómo debatir una identidad tan difícil de descifrar. Nuestra tradición indígena está, desde hace muchos años, más que borrada… la indiferencia ha sido una de las armas más recurrentes para evitar el sólo nombramiento de un antepasado que nos corresponde. No siendo esto suficiente, también miramos de soslayo la tradición española, por un recuerdo colonial que no hemos aprendido a superar. Y finalmente, no aceptamos la tradición anglosajona más modernista, que tanto aquejaba a Kawabata. Por ende, la identidad a retazos que nos acompaña se resuelve en un sinnúmero de frustraciones llenas de rechazo y de inconformismo frente a la imagen que nos devuelve permanentemente el espejo. Ni españoles, ni gringos, ni indígenas, ni independientes, ni nada, pero todo ello a la vez.

Seguramente por lo anteriormente mencionado, la celebración del Bicentenario de la Independencia de Colombia ha desenmascarado tantas posturas en pro y en contra tratando de promover una idea acerca de nuestra identidad como colombianos. ¿Independientes de qué o de quien? Se preguntan muchos. Incluso ahora cuando más no acercamos a un sistema de pensamiento, de economía y de política global, ¿quién puede empezar a hablar acerca de independencias? ¿Es justo celebrar una independencia cuando no sabemos que ha sido de nosotros como independientes? Todas estas preguntas y muchas más que circulan desde hace un año por todos los medios, hacen que el vasto territorio de la independencia sea más una suerte de arena movediza que nos sumerge poco a poco. Aún así, sea válido, expresar que hubo una serie de batallas y que, a raíz de ellas, se demarcó temporal y espacialmente el ser colombiano. Y una de las tantas conmemoraciones de dichas fechas se lleva a cabo en la Plaza de Bolívar hasta estos días, para pasar luego a otras localidades en Bogotá. Se trata de unos pendones con imágenes de próceres de toda América pintados por famosos ilustradores que han sido contactados por la revista El Malpensante y por la Alcaldía de Bogotá[2]. Dado que se trata de ilustraciones hechas hoy día sobre personajes de antaño, los medios y la manera de acercarse visualmente a ellos es anacrónica aunque el choque de lenguajes pueda hacer de los personajes algo divertido. No por ello queda plenamente justificado el hecho de que podamos alegremente adjetivar la muestra como: Pop. De hecho, queda en el aire un tufillo ofensivo a la ingenuidad o al desconocimiento del espectador casual que pasa a diario por este simbólico lugar de Bogotá. ¿Podríamos catalogar algo colorido, por ese sólo hecho, como algo Pop? ¿Debido a que es novedosa la ilustración de estos personajes entonces le cabe el apelativo Pop? ¿Cuál pretende ser el mensaje de esta muestra cuando le decimos Pop?

No contentos con este desfase nominal que no hace más que confundir, o difundir un mensaje errado sobre el Pop, sobre el Bicentenario y sobre la imagen de cada pendón, encontramos que aquello que supuestamente estamos celebrando no es en sí una celebración sino el cumplimiento de un “deber ser”. No de otra manera se puede entender que quienes se ponen en el trabajo de entender el Bicentenario como una fecha digna de recordación, no hagan nada cuando los pendones se empiezan a deshacer. La imagen de Bolívar y de Nariño, para citar dos ejemplos categóricos, se están desgarrando desde hace días sin que los asista el menor acto de condolencia por las personas que allí transitamos. Ese desgarro, esa forma como se van cayendo, se van arrugando, resulta paradójica si uno se detiene a pensar en la forma como defendemos o como celebramos nuestra “identidad”.
Para finalizar, unas preguntas: ¿Quién dispuso el orden de las imágenes y el lugar de ubicación en la plaza? Ahora que estamos en “guerra” con el bolivarianismo, se destaca simbólicamente no solamente el hecho de que Bolívar ya no sea el centro, ni la sombra del centro, en su propia plaza, sino que adicional a ello, tengamos en un costado del Palacio de Justicia la figura de Georges Washington. Si estamos celebrando el Bicentenario: ¿ha sido justo el tratamiento que se le está dando? Una muestra tan sencilla, no ha podido ser más agresiva con la inteligencia, con la amorfa identidad, con la historia, con la plaza de Bolívar y con la “independencia” de todos los colombianos y turistas que por allí transitamos. Bien valdría la pena releer a Kawabata para entender cómo poéticamente podríamos jugar con estos elementos sin maltratarnos los unos a los otros.



[1] Kawabata, Yasunari. La pandilla de Asakusa, Emecé Editores, Buenso Aires, 2007. Hasta hace pocos años, este libro se conoce en Occidente. Es una de las primeras obras de Kawabata, por lo que los críticos coinciden en que no es la mejor de todas; esto motivó a que permaneciera oculta a nuestra lectura durante tanto tiempo.
[2] http://www.bicentenariopop.com/